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Mad Warrior

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Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis 22-07-2023
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Recordemos las palabras de Julio Madariaga, fundador de un lugar de credos y razas en armonía que pronto va a quebrarse, a Marcelo Desnoyers:
¨¡Yo soy español; tú, francés; Karl, alemán; mis hijas, argentinas [...]; y entre los peones se hallan todas las razas y credos! En Europa tal vez nos mataríamos, pero aquí somos amigos¨.

El Mundo es así pero el estallido de la guerra provoca la ruptura de esta armonía; la Gran Guerra, sí, vivida día tras día desde su humilde estancia en París por un Blasco Ibáñez que la retrataría desde el seno de una familia rica que termina tan aplastada como Europa...pero la situación contemplada cuatro décadas después por Vincente Minnelli no es la misma. Ha sido reclutado por los señores de MGM, empeñados en resucitar sus clásicos, para dirigir la segunda adaptación de la triunfal ¨Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis¨; rehúsa los cambios en el enfoque histórico sin éxito pero recibe el presupuesto más abultado de su carrera para una producción a gran escala, culminando en un rodaje muy extenso, con problemas de localizaciones, de guión, de reparto, de montaje y, finalmente, de taquilla.
La trama, que vuelve a prescindir del pasado de los protagonistas, se establece en Argentina igual que la también legendaria primera versión muda de Reginald Ingram, y desde el punto de vista del más querido de los nietos de Madariaga, Julio; dos fallos las distancian: Glenn Ford toma el papel de Rodolfo ¨Valentino¨, de 20 años menos cuando se desempeñó de protagonista, y la época se adelanta hasta la toma del poder de Hitler, poco antes del estallido de la 2.ª Guerra. La secuencia en la que el hacendado es testigo del desastre venidero al pertenecer las dos mitades de su familia a los bandos que están a punto de chocar en Europa representa el estilo puro de MGM.

Un irreconocible Lee J. Cobb recita el monólogo que pertenecía originalmente al ruso Tchernoff con una carga melodramática tan grandilocuente como ridícula, y acompañándose de un despliegue visual y formal espectacular. Todo para figurar a vivo color la aparición de los jinetes del título en el cielo que tantas catástrofes presagian, y que veremos a partir de la disgregación familiar hacia Europa; el libreto de Robert Ardrey (retocado por John Gay) respeta los roles de Ibáñez: contra el estoicismo y la entrega a la causa alemana de los Von Hartrott, el hedonismo y la neutralidad de los Desnoyers. Ford resulta acartonado y poco creíble dando vida a Julio en su conversión a vivaz pintor bohemio, acorralado por causas de fuerza mayor tras enamorarse de la dama de sociedad Marguerite.
Ésta presenta el llamativo rostro de la sueca Ingrid Thulin y ambos relatos se centran en su amor furtivo a espaldas de su marido, Laurier, llamado al servicio militar; pero ella no parece tan infeliz como su contraparte Alice Terry. Su aventura con el ¨héroe¨ se estanca inevitablemente en la típica envoltura de melodrama hollywoodiense clásico, mientras el travelling de los rostros de los franceses preparados para la ejecución ahora es el de ciudadanos desolados al contemplar al enemigo alemán desfilando bajo el Arco del Triunfo. Restringido por las exigencias narrativas, Minnelli da importancia a los suntuosos decorados, los enormes escenarios, las tomas elaboradas con cientos de extras y apuntes experimentales a la hora de mostrar la crónica documental del avance de la guerra.

Ahora hay Resistencia Francesa (con la pequeña Chi-chi de rebelde en sus filas) y las sofisticadas reuniones de etiqueta sustituyen a la delirante fiesta donde los alemanes, borrachos y travestidos, violaban a una chica francesa. Si Ingram fue tan explícito en su maniqueísmo al igual que Ibáñez, el sentimiento se atenúa esta vez, más sutilmente; Von Hartrott, su hijo y demás oficiales se jactan con orgullo y superioridad de poseer todo lo que les rodea (incluida Marguerite, vergonzoso instante...), pero ni los jóvenes estudiantes disimulan su barbarie ni los miembros de la Resistencia sus maneras de actuar frías y despiadadas frente al neutral Julio.
Esta última actualización a conveniencia del cambio de escenario histórico deja atrás la transformación heroica del hijo descarriado al alistarse al ejército, influenciado por el coraje y las heridas del retornado Laurier, y de hecho morir combatiendo; aquí servirá a la causa de la Resistencia, bebiendo este largo (y a ratos soporífero) tramo de los dramas de espionaje de la RKO más que de la propia novela, con sus conocidas conspiraciones y misiones suicidas. Es mayor por tanto la distancia que separa la acción dramática de la acción en el frente (si bien todo acto de batalla en el texto nunca se conocía directamente).

Pero el cruzar de la 1.ª a la 2.ª Guerra no causa un problema tan molesto teniendo en cuenta que ya entonces promulgaba Ibáñez el ascenso del poder teutón en base a unas ideas de superioridad racial y de conciencia colectiva que poco o nada se apartaría de los discursos de Hitler, servidos aquí bajo unos tonos de rojo sangre figurando la Muerte encarnada. El director se rinde a la espectacularidad, al sabor añejo de la MGM años 50, a las secuencias románticas llenas de intensa y grandilocuente música, sin dejar de lado un retrato cercano, a ratos descarnado, a veces no tan trágico como debiera, de aquellos primeros años del nazismo y la lucha del pueblo francés.
Del reparto estelar quien mejor se entrega al drama es Charles Boyer, mientras Thulin también predijo algo: el enorme fracaso de la película. Y así fue. ¨Los Cuatro Jinetes¨ es, en el plano técnico y escénico, un logro a gran escala...pero como la mayoría de estos megaproyectos con tan poco cuidado en el guión, se hundió en taquilla. Fue la puntilla que les faltaba a los de MGM tras el batacazo de la épica ¨Cimarron¨ (otra recuperación de un clásico anterior, el último ¨western¨ de Mann y que además también protagonizaba Ford).

Mejor volver a la obra de Ingram para ver recreada la del autor valenciano en toda su épica plenitud.


Tom Jones Tom Jones 22-07-2023
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Nacido no de la fatal casualidad, sino de la libidinosa infidelidad, el pobre Thomas Jones llega a un mundo sin tener que haber llegado, donde se cata tanto lo bueno como malo, amontonándose tras las lindes de las campiñas de una Somerset en su era georgiana.
Empiezan así las tribulaciones de un alegre aventurero distinto a todos los demás...

Tan distinto que por ello Henry Fielding, el inefable orador de la sátira hiriente y la burla ingeniosa, logra un éxito sin precedentes, quedando su extensa novela cuyo título lleva el nombre de su héroe, entre las más representativas de su época. Como otra versión de su “quijotesco” Joseph Andrews, el autor y abogado simplemente prosiguió su visión de la sociedad británica de su tiempo, atacando (a pesar de sus orígenes aristocráticos) la corrupción y el cinismo de las clases nobles, pretendiéndose protegidas tras apariencias de gran virtud, la acentuación de lo paródico sobre lo dramático, su lucha personal e infatigable contra las ideas puritanas de Samuel Richardson y el delirante uso de la forma del lenguaje literario.
Más íntima en su forma de conectar con el lector, “Tom Jones” también se presentaba más audaz y desenfadada en su abordaje de temas como la hipocresía, la promiscuidad, la prostitución, la crítica social o el incesto; en cualquier caso su protagonista, aun con sus deslices pendencieros y pícaros, es un modelo de bondad y lealtad intachable. Por desgracia el joven Albert Finney no lo ve así cuando le ofrecen el papel, considerándolo un personaje pasivo y falto de carisma, pero las negociaciones resultaron bien para Tony Richardson en su empeño por trasladar el texto del nativo de Somerset junto a su colaborador John J. Osborne.

Se trata de un distanciamiento absoluto en lo respectivo a su propia carrera anterior. Cuesta creer que una de las voces más poderosas del realismo social británico y el “free cinema” en blanco y negro adaptara una sátira, sangrante, pero en la comedia al fin y al cabo; lo hará rechazando sus códigos, adoptando el color e incluso proponiendo con Jones el reverso de sus jóvenes contemporáneos, esa “generación furiosa” de los presentes años 50 y 60, a lo largo de que sería un rodaje lleno de accidentes, problemas con el equipo y actores y sobre todo el clima. El director renegaría más tarde del producto...
No atisba uno este sentimiento de contrariedad al ver el film, que se inicia alardeando de su estilo innovador e irreverente, en homenaje al cine mudo, presentándonos al pequeño Tom, supuesto hijo de una sirvienta pobre que será objeto de compasión por parte del hacendado Allworthy, para terminar a su cuidado. Es la mayor particularidad del trabajo de Richardson, un triunfo de la forma y la estética que no hace sino plasmar a través de la ingeniosa puesta en escena la visión única de Fielding, sobresaliendo la voz de un narrador muy implicado en los eventos que, como ocurría con su análogo en el libro, busca la total complicidad con el espectador.

Pero hay elementos y signos que hacen de nuestro héroe un singular personaje en tierra de nadie. Igual que los jóvenes furiosos que el director ha ayudado a reivindicar, Tom tiene la desgracia de criarse y crecer en un mundo de maldad, de villanos cínicos, de conspiradores pertenecientes a clases altas y burguesas que al final, a pesar de sus fingidas buenas costumbres, modales frívolos y elegantes vestimentas, se revelan tan miserables, ruines, celosos, groseros y lascivos como los sirvientes y pobres que pisan y de los que se aprovechan.
También, igual que ellos, el esfuerzo de Tom por llegar a un fin dichoso sólo termina en fracaso, aplastado por los que ostentan el poder y manipulan a los pocos bondadosos que aún quedan...pero éste no aparece con el ceño fruncido que exhibía el Colin Smith de “La Soledad del Corredor de Fondo”, sino con una amplia sonrisa y una dulce ingenuidad. No importa el ambiente donde le han criado, Tom es consciente de sus orígenes, prefiere ser humilde y no consumirse en la angustia, disfrutar de los placeres terrenales, prefiere ser un pícaro inocente que un amargo frustrado. Su hazaña se verá dividida en dos partes bien diferenciadas, desarrollándose una primera hora dentro de su residencia en Somerset.

Hierve la mala sombra. Mientras el joven retoza en los bosques con la desvergonzada Molly, un sobrino hierático y desagradable (Blifil) sólo desea su mala suerte, igual que los demás burgueses de los alrededores, y las criadas y trabajadoras de otra casa responden envidiosas a los actos indecorosos de la muchacha; pero es el rico hacendado Western quien mejor representa la bajeza y miseria de aquellos afortunados que han nacido en familias de buena posición social. Hugh Griffith se mete en el papel a conciencia y tan repulsivo es en pantalla como lo fue durante el rodaje, siempre entre peleas y borracheras; Western es sin duda el más fiel reflejo en la ficción que pudo tener.

Al negarse a la unión entre Tom y su hija Sophie (la preciosa Susannah York), el único atisbo de virtud pura que ronda por estos terrenos, se obtiene una imagen muy propia de la sociedad presente de Richardson: la de esos adultos tiranos que disfrutan de las comodidades “snob” obtenidas de su villanía e ignorancia y que asfixian las existencias de los jóvenes, quienes sólo desean disfrutar de la vida. Por lo tanto, aun impregnada de colores vivos y dotada de gran riqueza visual, aun predicando la sátira y alzarse en defensa de la pasión sexual y el valor de la lealtad y el honor, “Tom Jones” no puede evitar caer en una tremenda angustia.
Es lo que más diferencia al héroe de la generación furiosa presente: su pasividad ante la adversidad y su constante alegría e inocencia. Instante despreciable el de Western, quien siempre le trató de igual, se enfurece cuando desea sobrepasar sus orígenes bastardos y tomar la mano de su hija. ¿Un pobre miserable que se pretende noble caballero? Intolerable. Pero no un noble o burgués que juega a pobre miserable, claro. Lo que constituye el destierro de Tom es el inicio de una 2.ª parte que, sólo variando en leves aspectos la estructura del libro, recupera la trama episódica y aventurera de la otra obra de Fielding, “Joseph Andrews”.

Aspectos como, por ejemplo, hacer al peluquero acusado de ser el padre de Tom (Partridge) encontrarse con él tras varios sucesos que sí compartían en las páginas (la trifulca en la posada). El peregrinaje por la Inglaterra de la época abre muchas posibilidades; incluirlo en el contexto histórico de las revueltas jacobinas será la mejor, mostrando la peor cara de las fuerzas militares. Pero gracias a esto el cineasta, teniendo a su disposición un gran despliegue de medios y una magnífica labor de vestuario y diseño artístico, regresa a sus raíces retratando el lado más pobre, sucio y desgraciado de la sociedad inglesa, donde furcias, ladrones y asesinos se revuelcan en el barro y hacen por cortar el paso al héroe.
Pero la sátira no cesa, ni la sexualidad tonta y lujuriosa, ni Richardson detiene sus alegres desvaríos visuales, desde imágenes congeladas y cámaras rápidas a elaboradas secuencias y rarísimos encuadres, e incluso diálogos con el propio espectador. Es cierto que, debido a la naturaleza episódica de la trama, hay secundarios que desfilan por la pantalla y que precisan de más tiempo en ella, y también que el ritmo se sumirá en un lento avanzar con la llegada a Londres y el relevo de Sophie por otras damas, menos adorables, que también contribuirán a entorpecer la búsqueda de Tom.

La peor es esa Bellaston que figura la cara más despreciable, frívola y cínica de la mujer en la sociedad burguesa londinense. Hasta el reencuentro de los amantes y el incidente que pondrá en peligro la vida del muchacho la trama cae un vacío algo soporífero, que hará por sobrepasar para compensarnos con un desenlace tan milagroso como delirante donde todos los personajes coincidirán, chocarán alrededor de Tom, desvelando éstos sorpresas inesperadas con un guiño cómplice, descarado, al público, y aplaudiéndose la máxima de la esencia de este reverso del “free cinema” y del espíritu de Fielding con la mejor de las reflexiones: “Morir por una causa es noble...morir por una tontería es estúpido”.

Tal vez el predicamento es que no debemos ser tan nobles, tan bondadosos, tan leales, tan serviciales, porque el mundo que nos rodea es demasiado cruel y repugnante y eso no puede hacernos ningún bien. Pero al ser todo esto una sátira el joven Tom se puede permitir un final feliz, de puro vodevil.
Final feliz, tras el peor de los rodajes que soportaron Finney, Richardson, David Warner y otros, también tuvo la carrera fílmica de la película, cuyos productores presagiaban un desastre y boquiabiertos quedaron al anunciarse sus nada menos que diez nominaciones en los Oscar. Sí, puede que sea imperfecta, pero también virtuosa en toda su irreverencia. ¡Como el joven que orgulloso le da nombre!


Dolls - Marionetas Dolls - Marionetas 22-07-2023
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Nuestras almas se hallan indisociablemente unidas por finos hilos rojos de cuya existencia ni siquiera somos conscientes, y que son capaces de trascender los límites del espacio y el tiempo.
Es un teatro de marionetas movidas por manos ajenas. En nuestro caso, las manos del destino continúan en movimiento...

Cuesta creer que Takeshi Kitano verse sobre estas profundas cuestiones tras haber desafiado a su público con una de sus obras más directas y violentas, y además realizada, por primera vez, en el extranjero (¨Brother¨), pero, en sus propias palabras, nunca sabe lo que va a hacer a continuación. ¨Dolls¨ se compone de sentimientos y sensaciones unidos a intensos recuerdos, y su idea fue expresarlos de la manera menos realista y más teatral posible, liberada de todo atisbo de violencia; el inicio, muy acertado, es el de la grabación en el Teatro Nacional de Tokyo de un espectáculo bunraku basado en una de las muchas obras de Monzaemon Chikamatsu.
Los hidari-zakai y ashi-zakai mueven sus manos y los muñecos se expresan por la voz del gidayu de una forma melancólica y rítmica; se vaticinan hechos trágicos donde el destino va a ejercer de maestro de ceremonias de las vidas de diversos individuos y sus experiencias amorosas. La primera comienza en el mundo real para ir deslizándose a imaginarios de registros sensibles propios del teatro, cuando Matsumoto huye a su reencuentro con Sawako, a quien había abandonado para casarse con la hija de su jefe, dejando a ésta plantada en el altar, y sólo para hallarla trastornada tras un fallido intento de suicidio.

Inspirado por la pareja deambulante unida por una cuerda a la cintura que en su niñez presenció en las calles de Asakusa, Kitano recupera al matrimonio en fuga de ¨Hana-bi¨, para ir adquiriendo poco a poco los trazos de un arquetipo de Chikamatsu: los vagabundos atados; Hidetoshi Nishijima y una Miho Kanno galardonada por su actuación encarnan a estos condenados cuyo pasado queda paulatinamente atrás con cada paso que dan hacia ninguna parte y que pareciera despertar las conciencias, como se abren los petalos de las preciosas flores que adornan cada encuadre, de otros seres humanos heridos por una suerte similar.
Éstos entran en el argumento como siempre entraron los personajes del director: por casualidad, de manera natural...es decir, rompiendo el rigor narrativo. Se abren así otras historias, pero jamás abandonaremos a Matsumoto y Sawako, que andan sumidos en su peregrinaje simbólico arrastrándose a lo largo del espacio menos por voluntad propia que por la corriente arbitraria del destino, mientras se adivina un mundo real despiadado y cruel con respecto al dolor ajeno. El gran problema del guión es que las dos tramas que complementan a la principal nunca estarán desarrolladas del todo, ni tampoco sus protagonistas.

Ellos, un yakuza en sus años de otoño (Hiro) y un empleado de obra (Nukui) también son versiones de otras figuras del romance ¨chikamatsiano¨: el primero se correspondería con la del guerrero arrepentido, que retorna a los rincones de su pasado para encontrarse con la mujer que allí dejó; Kitano se trae a sus yakuzas pero no se preocupa de luchas fraternales u otros conflictos y escudriña directamente en la herida abierta que provocó este jefe, ya anciano. En el banco donde cada domingo se sentaba junto a su amada sigue esperando ella su vuelta con un bento de más en las manos.
Uno podría pensar que se continuará con este segundo cuento, y entonces, si bien más tarde descubriremos que todos los personajes están unidos de alguna manera u otra, de la nada aparece la tragedia personal de Nukui, cuya figura del romance podría ser la del sirviente fiel. La princesa por la que dar la vida es ahora una ídolo del ¨pop¨ en su mejor momento, a quien presta su bello rostro y dulce voz Kyoko Fukada, casi interpretándose a sí misma; es un accidente de coche lo que acaba con su carrera y con la vista del seguidor fanático en un efecto colateral, tratándose también la condición de marionetas de los artistas populares.

El nipón, ayudado por la conmovedora música de Hisaishi en su última colaboración, nunca se prestó tanto a la sensibilidad visual, rozando lo abstracto y lo absurdo y desafiando los límites de la lógica del mundo real donde tiene lugar. Predominan las simbologías propias del bunraku y el kabuki y los colores vivos, en especial el rojo, expresado en múltiples facetas: como alegoría del amor eterno (la cuerda que une a Matsumoto y Sawako), el olvidado (el vestido de Ryoko) o el trágico (las flores del jardín frente a Nukui y Haruna). Es también el color de la muerte, y aunque aquí la violencia siempre suceda fuera de plano su impacto es mayor pues las víctimas la sufren en un instante de redención o felicidad.
Poco a poco el film prosigue su cada vez mayor desconexión con la realidad como los amantes vagabundos en la búsqueda inconsciente de su vida anterior para sumirse en universos oníricos de sensualidad etérea, inquietante amenaza, presagios de dolor y fatalidad, imaginario teatral; Kitano trasciende la inmensidad de la abstracción a partir de las formas de lo tangible con una perfección visual y estética que hipnotiza y fascina (como Chikamatsu predicaba: ¨El arte es algo que se halla entre la piel y la carne, la fantasía y la no fantasía¨)...pero ciertos errores son un escollo para disfrutar de Dolls¨ en su plenitud.

Decisiones erróneas como prestarse al caos argumental, a las inesperadas idas y venidas en el tiempo o la presencia de sueños y dejar sin terminar el díptico del yakuza y la ¨idol¨, siendo la primera historia la más interesante y en la que menos se profundiza.
La sensación final es de vacío absoluto, puro dolor que cae en una indiferencia sin sentido, como los amantes caen por el precipicio bañado por las luces de la mañana. Las marionetas, ya sin manos alrededor, observan expectantes la reacción del público. Y Kitano logró la aclamación en el Festival de Venecia pero fracasó en taquilla...


Secreta Invasion Secreta Invasion 03-06-2023
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Convictos y preparados para morir, así son los nuevos héroes de guerra, dispuestos a afrontar mil peligros para ganarse su libertad y redimir sus miserables vidas.
La 2.ª Guerra Mundial facturada en su versión ¨pulp¨ más festiva, más allá de las murallas de la Yugoslavia ocupada.

Hija de su tiempo con todos los honores es ¨Secreta Invasión¨, consciente o inconscientemente, en la época en la que el bélico experimentaba desviaciones hacia lugares menos rigurosos y más centrados en grandes aventuras o furiosas críticas antimilitaristas donde los enemigos alemanes ya habían perdido su condición de temibles villanos. La época de ¨Los Cañones de Navarone¨, ¨Escuadrón 633¨ o ¨La Gran Evasión¨, la más influyente de todas; gracias a United Artists Roger Corman entra en el género tras imaginar en plena consulta del dentista una fábula de invasiones y soldados en Dubrovnik.
Es curioso cómo arma ésta: rescatando su socio Robert Campbell el tratamiento que escribiera una década antes para su primer film, ¨Cinco Pistolas¨, y embarcándose, entre medias de sus adaptaciones de Allan Poe, a la Europa del Este en un rodaje de más de un mes (mucho para él) cargado de problemas, siendo el primero la localización real, afectada por un terremoto, y el lidiar con la arrogancia de la estrella en reciente descenso Stewart Granger. Aún más curioso es ver en un futuro cercano a Erwin Nathanson confesando su inspiración en hechos reales para escribir ¨The Dirty Dozen¨, cuando no hay duda de que antes echó un vistazo a esta obra...

El ritmo en el metraje no es malgastado durante su primera parte de presentación, donde vemos a los cinco condenados de aquel ¨western¨ de 1.955 que son reclutados por el ejército sudista para recuperar un tesoro transformarse en condenados que terminan participando en la Guerra Mundial. Un maestro criminal (Rocca), un asesino cruel (Durrell), un hábil falsificador (Fell), un experto demoledor (Scanlon) y un ladrón genio del disfraz (Saval; Bill Campbell, hermano del guionista), todos bajo las órdenes del adusto mayor Mace para una misión típicamente suicida.
Hombres ruines con una oportunidad de redimirse y de incluso ser héroes aun formando parte de una guerra sangrienta y absurda. La premisa, que consiste en que liberen a un oficial italiano de parte de los Aliados de las garras nazis, está más que establecida y resulta tan tonta que no debemos cuestionar las razones; esto es ¨pulp¨ bélico puro y duro de la escuela de George Fennell o Alistair MacLean. El film no se demora en hacernos ver la repulsiva catadura de estos personajes, que ya intentan huir nada más comenzar la película, y de ahí nos lanza a la aventura, empezando por mar y garantizando un espectáculo eficazmente dirigido disimulando el limitado presupuesto.

Es lo más destacado de ¨Secreta Invasión¨, su pretensión de colosal hazaña con pocos recursos, algo nada difícil para los artesanos de serie ¨B¨ como Corman. En la construcción de personajes Campbell los traza desde el grueso arquetipo y plantea una evolución digna a partir de los traumáticos episodios que les espera en esa guerra que en realidad no les importa un pimiento. Por eso no resulta muy creíble su adaptación al entorno ocupado de Dubrovnik (donde por cierto llegan al cuarto de hora, demasiado deprisa...) y sus gentes.
Campbell elabora situaciones más o menos cómicas que producen vergüenza ajena (los escarceos entre Mickey Rooney (en el papel de Mickey Rooney) y la joven yugoslava) o más o menos dramáticas no muy bien desarrolladas y que parecen innecesarias (la subtrama del hermano de Mace; el romance nunca confesado entre Durrell y otra colaboradora de los rebeldes), para dar algo de profundidad a los personajes. Lo que mejor extrae Corman del guión, cual Fuller o Peckinpah, es su marcado afán de crueldad y cinismo, que no da tregua a ningún protagonista y sirve para subrayar la ilógica violencia con la que la guerra azota irónicamente a los inocentes.

El episodio de Durrell y el bebé es el mejor ejemplo y una de las cosas más horripilantes que un servidor haya visto en el cine norteamericano. Por desgracia se distribuye de forma irregular el ritmo y la atención en los detalles; si se necesitaba un tiempo mayor de los hombres en la ciudad (para poder ir recuperando algo de humanidad) sucede lo opuesto durante ese tramo en el castillo nazi tras ser capturados, que no es sino un enorme ¨impasse¨ de conversaciones inútiles, actos violentos (y la violencia aquí es fundamental) que no llevan a ninguna parte y situaciones que cruzan el límite de lo inverosímil.
Sobre todo habrá un ¨tira y afloja¨ continuo entre el quinteto y los alemanes, ridiculizados como mandaban los cánones de la época, y representados por un patético comandante que se pretende muy perspicaz y no lo es. Pero de nuevo es la bajeza moral y el modo en que se rebaja la dignidad humana para lograr la victoria sobre el enemigo lo mejor capturado por la visión tan despiadada del director, que, (como siempre hace) para compensarnos por todo este tedio pseudoargumental, desata la aventura a lo largo de un clímax trepidante lleno de todo lo que hace falta para satisfacer los ojos del fan: tiroteos, carreras, sangre a borbotones, explosiones, saltos...lo que es acción artesanal muy hábilmente filmada.

Incluso por ahí tendremos el placer de ser vapuleados con un giro de acontecimientos que pone de manifiesto una vez más el absurdo de la guerra y cómo las mejores armas para ganarla son el engaño, la traición y el cinismo...aunque esto implique que no sepamos bien qué ha pasado. Es lo que más cunde: el desconcierto, la locura, la brutalidad, ¿y para qué?
Para nada; esos seis tipos son sólo otros idiotas arrojados al suicidio, carne de masacre, cuyas acciones no sirven para cambiar el curso de la batalla. Por su parte el cineasta, que ha usado el mayor presupuesto de su carrera hasta la fecha (cerca de un millón), y pese a todos los problemas que ha tenido, recuperará unos altos beneficios.


El Intruso El Intruso 03-06-2023
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El profundo Sur de EE.UU.. Se huele a tensión, a mala sombra, late dentro de los corazones rencorosos de cada ciudadano una especie de raro rencor debido a la violación de sus derechos como blancos norteamericanos de pura raza.
Y un hombre llega. Y será la chispa que prenda la mecha de una bomba de relojería humana...

Un hombre de blanco, de la cabeza a los pies, impoluto e inmaculado; su nombre es Adam Cramer, total homólogo de Roger Corman, no por supuesto por sus ideales, sino por la terrible influencia que tendrá en las personas con sus actos. Una decisión espinosa. Estamos en 1.961, en unos EE.UU. a los que la integración racial les está partiendo a muchos la espina de un orgullo poderoso y teñido de odio que se remonta a los tiempos de la Guerra de Secesión; Luther King ha logrado acabar con la segregación racial en la ciudad de Montgomery, y el S.N.C.C. empieza su campaña en Estados del Sur contra la misma situación.
Kennedy apoya este levantamiento a favor de los derechos civiles y la plena integración de los ciudadanos negros en la sociedad; son esos tiempos de agitación y disturbios que todo lo cambiarán. Tres años antes el guionista y autor Charles Beaumont escribía una novela influenciada por los terribles sucesos de Little Rock, un pueblo de Arkansas donde todos sus habitantes se opusieron a que nueve jóvenes negros ingresasen en un centro escolar, interviniendo incluso el ejército y el entonces presidente Eisenhower para condenar los actos del gobernador Orval Faubus y permitir esa integración.

Por sus incendiarios temas y fuerte denuncia ninguna productora quiso arriesgarse a llevar el libro a la gran pantalla, hasta que llegó a A.I.P. y de rebote a Corman, quien disfrutaba, ajeno a todo eso, de excelentes taquillas y críticas gracias a sus adaptaciones de las novelas de Allan Poe; creyendo entonces que tenía poder para decidir y hacer lo que quisiera, intentó convencer a alguna compañía para ocuparse del proyecto...esfuerzos sin embargo inútiles. Más tarde confesaría ¨Yo era un ingenuo, y a menos que fueses Bergman o Fellini no podías hacer lo quisieras¨; así fue como él mismo se hizo con las riendas desde el principio.
Esta, y no otra, fue la prueba definitiva del enorme coraje y valentía del de Michigan; cuando todos le dieron la espalda se embarcó en un rodaje que sabía iba a escandalizar a bastante gente. Utilizando un presupuesto ridículo y un reparto casi desconocido y encontrando apoyo en algunas regiones de Missouri, pese a ser de vez en cuando amenazado de muerte o de condena por el contenido de su guión, se atreve a introducirnos en el ficticio pero muy real pueblo de Caxton, siempre desde la mirada del forastero que acaba de llegar, provocándonos una cierta sensación de incomodidad y sospecha.

¿Podría ser otra versión del amable tío Charlie de ¨La Sombra de una Duda¨? Sin embargo el autobús que le trae no expulsa un humo tan negro como el de la locomotora de Hitchcock. Pese a ayudar a una niña a bajar del transporte la sonrisa de un joven William Shatner en el papel de su vida y previo al estrellato con ¨Star Trek¨ resulta inquietante; y sin mucha demora conoceremos su pérfido cometido. Esta Caxton, perfilada con las aristas de cualquier agujero de paletos sureños de la época, respira intransigencia por sus pulmones, esa atmósfera recargada de la que hablaba.
Cramer quiere aparentar que revela mucho con su traje blanco y su cortés altanería, una luz en la negra oscuridad que acaba de cubrir las vidas de todos. Su alegato es presentado por Corman como un golpe en los intestinos de la Constitución: prohibir la convivencia entre las buenas personas del lugar con la repugnante multitud negra que se está concentrando en la ¨puerta de atrás¨, ni mucho menos dejar que sus hijos pisen la escuela y se mezclen con los suyos. ¨Pero es una ley y hay que acatarla¨, se resigna el hacendado Shipman (Robert Emhardt, tremendamente odioso); lo que empieza a fraguarse es la fricción con una norma estatal que debería ser considerada un derecho humano fundamental.

Pero la gente de Caxton no desea conceder derechos pues los negros, a sus ojos, no son humanos. Esta opinión de los sureños, expuesta de manera tan indigesta y hoy imposible de ver en el cine (máxime cuando ¨negro¨ en su jerga norteamericana más despectiva se pronuncia una docena de veces), es lo que indignó a los mismos sureños que prestaron sus escenarios para el rodaje, quienes no querían ver su racismo histórico tan fielmente reflejado en una película.
Corman, tirando de artimañas, coraje y mucha imaginación, se salió con la suya.

Pero el intruso del título no es el hombre negro, sino el hombre blanco en este caso. Los primeros sufren en Caxton la misma suerte que en todo EE.UU.: condenados a la segregación. ¿Y si quería el Estado promover la integración por que dejar acumulados en un rincón a familias enteras en lugar de invitarles a vivir en los mismos barrios de los nativos ¨puros¨ y caucásicos? Por esta razón se generaron los rencores, creció la desconfianza y se crearon los ghettos, donde sólo una raza podía habitarlos. Y entramos en ese núcleo también devorado por el odio; el hermano pequeño de Joe (magnífico Charles Barnes), que va a ingresar en el instituto, le incita a que sólo con violencia se pueden hacer respetar...
Ahí está el odio, germinando desde la infancia, y la culpa es de esa segregación con la que muchas comunidades ya se creían muy humanitarias y respetuosas con las leyes de manera legítima. Todo cinismo. En Caxton, sin embargo, la repulsión hacia la raza ¨invasora¨ se revela demasiado pronto, sólo bastan algunas palabras del intruso Cramer, y aquí Beaumont apunta sin tapujos a la tremenda ignorancia y facilidad de manipulación del pueblo. En una impresionante secuencia filmada con mucho trucaje en la plaza de la ciudad aquél hace las veces de predicador ultraconservador con ínfulas de Hitler; ya están todos a su favor y la mecha comienza a arder.

A su alrededor los demás personajes percibirán este ambiente de opresión asfixiante cuya peor culminación es dinamitar una iglesia con el sacerdote dentro; imágenes que crean un agujero en la conciencia del espectador con tal fuerza que el escalofrío se repetirá más de una vez. Como cuando ese padre de familia es acorralado por una muchedumbre furiosa en plena calle; el director es consciente de que estas secuencias tan brutalmente honestas crisparán los nervios de los futuros espectadores, pero a su favor admitirá que para tratar el tema del anti-racismo primero es necesario exponer un racismo sin trabas, de la manera más contundente posible.
El racismo de hecho se produce por partida doble. Tanto de esa patética ¨white trash¨ como de los negros; nótese cuando el sacerdote manda a los diez chicos a la escuela como si se dirigiesen al matadero, o esos comentarios tan hirientes del hermano pequeño. Pero en su caso la segregación y el miedo no les ha dejado más remedio que pensar y actuar así. Mientras tanto, y por culpa del tiempo y del presupuesto, no puede sino componerse un retrato de personajes claro y firme, pero bastante sencillo, con algunos de los más conocidos estereotipos del melodrama.

La chica inocente que se deja usar, el magnate violento con poder sobre todos, el tipo de buen corazón que desea hacer lo correcto aunque no lo pueda comprender (Frank Maxwell en una versión algo tosca de Atticus Finch) o el bruto sin un gramo de cerebro. Pero de este cuadro tan realista como arquetípico el guión plantea giros que revelan unas personalidades muy distintas.
No entrará en el seno del hogar de Joe y otros chicos negros, algo que falta en la trama para completar los puntos de vista, aun así es un acierto convertir al elegante manipulador en un cobarde escurridizo que acorrala a las mujeres y al tipo salvaje en el más inteligente y concienciado de toda la ciudad.

Qué gran caída de máscaras, y es que cuando uno escudriña bajo la superficie halla cosas sorprendentes, si bien Beaumont no hace por escudriñar más de lo necesario en las motivaciones del intruso, dejando una interpretación tan obvia como la de que los comportamientos anticonstitucionales los promueven individuos o comunidades ¨en la sombra¨ cuyas venenosas ideas infiltran en la ignorante sociedad. Nada tiene que ver con el Gobierno, que aboga por las leyes y los derechos (claro, claro...). Esto, por supuesto, es una solución muy fácil y algo hipócrita.
Es evidente que Corman necesitaba mucho más para crear un estallido visceral con un clímax memorable en la historia; plantea, a la manera humilde, en esas angustiosas secuencias en el patio del instituto tan difíciles de filmar, su discurso: sincero, directo y amargo, donde no les cuesta a los monstruos ver que lo son y no a quienes tildaban de serlo. Por desgracia nadie en la época estaba preparado para tan duro golpe y por primera vez en su carrera el rey de los éxitos ¨B¨ fracasó en taquilla. Él, como es lógico, se sentía orgulloso.

Puede estarlo pues ¨El Intruso¨ es uno de los más valientes y comprometidos alegatos anti-racistas de la Historia del cine norteamericano, adelantándose a obras clave como ¨En el Calor de la Noche¨, ¨Un Retazo de Azul¨, ¨Matar a un Ruiseñor¨ o ¨Nothing but a Man¨.


La Ley de las Armas La Ley de las Armas 03-06-2023
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Otro que hizo de los tiempos de la Ley Seca un infierno para los agentes y que terminaría ganando una amplia carrera en la ficción.
¨Pop-gun¨ Kelly lo llamaron tras ingresar en Alcatraz, y fue el mejor apodo que pudo tener...

El 18 de Julio de 1.954, en la prisión de Leavenworth, fallece este farsante que gustaba de presumir sobre sus fechorías y la metralleta Thompson que siempre portaba. Cuatro años después el interés de los productores de A.I.P. por hacer algo diferente lejos de la ciencia-ficción y el terror se sumó al interés de Roger Corman por este curioso personaje; unas dos semanas y 60.000 dólares, el más usual esquema de sus películas, cubrieron el guión de su colega Robert W. Campbell, quien insistió bastante en que su hermano William fuese el protagonista, quitándole la oportunidad a Dick Miller.
Al final ni uno ni otro. Un Charles Buchinsky de casi 40 años que ya se apodaba Bronson y había ganado su reputación de eterno secundón en cine y televisión se hizo con el papel, si bien su parecido con el George Kelly real está a millas de distancia (Richard Devon, que aparece como uno de los miembros de la banda del forajido, tiene mucha más similitud con él). Corman, encarando su primera obra de acción gangsteril (y sufriendo los inconvenientes de trabajar con el misántropo y violento Bronson), hace lo que mejor sabe: meterse al público en el bolsillo desde el comienzo gracias a su habilidad para narrar con velocidad y eficacia.

Y esto considerando que su mejor concepción de un atraco es filmarlo desde fuera, resultado de la falta de tiempo y presupuesto, pero logrando un toque minimalista bastante original. Pero lo más interesante es que desde el principio conocemos el miedo que invade a Kelly, miedo a morir, que le impide moverse; la fachada de una funeraria le causa un extremo pavor y anticipa muchas cosas relacionadas con la muerte y la violencia, siempre tras sus pies. Nos acerca el director así a un hombre que no es lo que aparenta.
Entre los numerosos brutales gángsters reales (o semi-reales) que poblaron el cine de acción de la época (de ¨Baby Face¨ Nelson y Bonnie Parker a ¨Pretty Boy¨ Floyd), casi siempre en los límites de la serie ¨B¨, Kelly destaca porque en realidad era un simple contrabandista de alcohol cuyas peores decisiones fueron casarse con cierto tipo de mujeres que le empujaron a delitos mayores. Su banda la lideraba Kathryn Thorne y no él; encarnada con la sensualidad fatal de Susan Cabot (tal vez Mara Corday habría sido mejor elección) y llamada Florence, podemos ver su dominio sobre el hombre de la metralleta, la cual, además, ella misma le regaló.

No se realiza, sin embargo (algo propio de la serie ¨B¨ y de este género), un análisis exhaustivo de la personalidad del protagonista. Ni esto es ¨Gun Crazy¨ ni Corman se pretende H. Lewis, pero sabe convencernos de que la extrema violencia (porque la hay a mansalva) ejercida por Bronson, éste en una de las mejores actuaciones de su carrera, es producto de la debilidad y el miedo a sentirse acorralado por el peligro y la muerte. Hubiera sido más satisfactorio conocer algo del pasado del forajido (su fracaso en la universidad, sus primeros problemas por el tráfico de alcohol...), pero no parece necesario para el guión, que empieza con uno de tantos episodios criminales de su vida.
Corman, de vez en cuando acercándose a los agentes que le siguen la pista (figuras de cartón piedra sacadas de alguna serie televisiva), desata una serie de situaciones de amarga aspereza donde abundan las traiciones entre miembros del mismo grupo, las mentiras y las conspiraciones, pululando por doquier una mala sombra que a todos mantiene cabreados. Así que durante un trecho no sucede gran cosa salvo idas y venidas, enfrentamientos varios, manipulación por parte de Florence y exposiciones de incómoda violencia (en particular las escenas de Bronson y la pantera enjaulada o las incontables bofetadas y puñetazos que reciben tanto hombres como mujeres).

Lo más interesante es el delito que terminaría llevando a Kelly a cadena perpetua. Pero Campbell, en una decisión incomprensible, decide cambiar la situación y en lugar de a Charles Urschel, magnate del petróleo de Oklahoma, el protagonista secuestra a una hija y a la niñera y da un álter-ego al padre (Andrew Vito). Manera terrible de trastocar la realidad, pues este rapto, de más de una semana y con una petición de 200.000 dólares, significó una gran operación para el F.B.I. y Hoover; el guión ni se acerca a esta hazaña, una de esas pocas veces en que la ficción no exagera la realidad, más bien la atenúa (todo por culpa del presupuesto...).
Aun así el director se esmera en concentrar la tensión a toneladas y elaborar atmósferas opresivas durante el tramo del secuestro dentro de la casa, con mucho más tino de lo que hizo en ¨El Día del Fin del Mundo¨, mostrando la poca fortaleza de Kelly (un acierto) en oposición a la actitud brutal de sus compañeros, y las ráfagas de humanidad que pueden aflorar en seres de tan miserable condición. Cabot, para quien fue su colaboración favorita con Corman, conseguirá ponerse por encima de Bronson gracias a su carácter arrogante de venenosa ¨femme fatale¨, que desvela a una pérfida mujer ansiosa de atención y de aparentar dependencia masculina.

Y este Kelly termina como el auténtico. No veremos su famoso juicio, el primero en ser filmado en EE.UU. y el primero tras ser declarado el secuestro un delito federal, pero sí esa rendición que ante todo expuso a un hombre sin verdadero coraje, empujado a robar y matar por decisión de otros, patético sin voluntad cuya mejor arma era la soberbia.
Mientras sus coetáneos fallecían por lluvias de balas a él, declarado preso modelo en Alcatraz, le sobrevino un ataque al corazón. Bronson le aporta tanto carácter y dureza como una creíble debilidad, terminando la película con unos altos beneficios y con las primeras críticas profesionales positivas al natural de Michigan; todo un triunfo para él.


Cinco Pistolas Cinco Pistolas 03-06-2023
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Los unionistas a un lado, los confederados al otro, la Guerra Civil en medio, y frente a ellos un sustancioso botín de 30.000 dólares, frente a este grupo compuesto de auténticos miserables y desheredados de la tierra que no tenían nada que perder pero se han encontrado con mucho que ganar...

Puede que éste no prevalezca entre los más recordados ¨westerns¨ de aquella mitad de los 50; y es que con títulos de la talla de ¨Wichita¨, ¨Los Implacables¨, ¨El Hombre de Laramie¨ o ¨Busca tu Refugio¨ era difícil competir. Es sin duda más interesante lo que hay detrás; tal vez no como película del Oeste, pero sí destaca para los cinéfilos empedernidos por ser el debut del maestro del bajo presupuesto Roger W. Corman, en una época de aprendizaje y crecimiento, cuando a eso de los 27 años había dejado de ser asistente y guionista para formar su propia compañía y dedicarse a producir películas baratas de género.
Contratado en la recién nacida A.R.C. de James Nicholson y Samuel Arkoff decidió afrontar su primer desafío como realizador con alrededor de 70.000 dólares y un planteamiento del actor Robert W. Campbell, quien también debutaba escribiendo; la experiencia fue, cuando menos, poco satisfactoria, pero muy instructiva. De hecho, para poner peor su nerviosismo, el primer día de su programa de trabajo de una semana lo pasó vomitando por las repentinas lluvias que le impidieron filmar nada; y esta historia se sucede entre amplios desiertos californianos de tierra roja y sol ardiente...

Así, después de unos atractivos títulos de crédito (se convertirá en una de sus ¨marcas de la casa¨), la premisa se nos pone en la mesa y boca arriba con todos sus detalles, nada más empezar. Una premisa ciertamente original: el ejército sudista ha concedido el indulto a cinco condenados a la horca (Sturges, Clinton, Haggard y los hermanos Bill y John Candy, éste interpretando por Campbell) si realizan para ellos alguna que otra misión suicida, y la más reciente es recuperar un cargamento de oro que un traidor lleva a la Unión. Idea sin complicaciones pero interesante, tanto que una década después sería trasladada a tiempos de la 2.ª Guerra Mundial en ¨Secreta Invasión¨.
Y de ahí a alimentar las páginas del ¨best-seller¨ ¨The Dirty Dozen¨ de Erwin Nathanson...pero esto no son datos muy conocidos. La razón es que ¨Cinco Pistolas¨ no debería despertar el afán de los devoradores de ¨westerns¨; a la carencia de suspense por haber sido desvelada la trama con tal rapidez se suman las carencias artísticas para estimular nuestras retinas. La dirección de Corman es primeriza y muy brusca, con algunos saltos y ¨raccords¨ incomprensibles, y el limitado presupuesto se hace evidente en cada secuencia, destacando esa fotografía de Floyd Crosby que da al color unos tonos terrosos y apagados nada atractivos.

Sin poder exprimir estos recursos ni asegurar grandes escenas de acción, porque ni es Sturges ni Hawks, Corman se centra en la interacción de personajes a lo largo del viaje. Pero unos personajes que tampoco se salen de esquemas arquetípicos pese a la repulsiva condición con que son bosquejados, a una nauseabunda catadura la cual hace de ellos ruines individuos tocados por la codicia, el cinismo y la locura; destacan el viejo Haggard (un buen Paul Birch) como el amargado ranchero que tuvo que dedicarse al robo por culpa de ver sus posesiones arrancadas por el Gobierno, el sibilino Clinton (Mike Connors), intentando hacerse amigo de todos para su beneficio, y sobre todo Bill Candy.
John Haze, amigo de toda la vida del director, se ganó interpretar casi los mismos personajes a partir de encarnar a este chiflado con arranques de violencia y sin un gramo de perspicacia en la sesera. John Lund, muy sobrio, a lo William Holden, dirige este grupo, y su periplo básicamente se compone de viajes aquí y allá que culminan en una acampada en mitad de algún claro; ni hay emboscadas, ni ataques de indios, ni enormes duelos, ni nada, sólo conversaciones sin mucho lustre, planes en base al botín que desean robar y trifulcas continuas entre hombres.

Habremos de soportar mucho camino hasta que este ¨dirty quintet¨ llegue al rancho de Mike y Shalee, extraña pareja que componen como tío y sobrina James Stone y Mary Dorothy Maloney (a la espera del Oscar por ser la Mary Lee Hadley de ¨Escrito Sobre el Viento¨). Sin embargo esto no significa que Corman nos prepare para un tenso drama psicológico y humano. Delmer Daves o Vidor tras la cámara serían más confiables, pero él no posee aún suficiente habilidad para trazar ambientes claustrofóbicos ni para profundizar adecuadamente en los personajes.
El mayor problema son las acciones del papel de la rubia de Illinois, sin pies ni cabeza; se supone una fuerte ranchera sensata con el objetivo de proteger su casa...pero sólo se dedica a provocar la libido de los más bestias del grupo. ¿Para qué se maten entre ellos? No pareciera su estrategia inicial. Esta parte de la trama de esperar a la diligencia que esconde el dinero promete suspense y tensión, pero de nuevo el director, por A o por B, no lo transmite como es debido; sobresale más la falta de ritmo y las incongruencias de los actos de los protagonistas, a pesar de que el libreto nos tenga reservadas un par de sorpresas que hagan virar los hechos en redondo.

Virajes que compensan el tedio general y subrayan, por si aún no quedaba claro, el carácter tan feo y asqueroso de los personajes masculinos. Es muy particular la visión que aportan Corman y Campbell al ¨western¨: áspera, bastante desencantada, violenta, plenamente cínica, despojada de todo romanticismo o nobleza, presagiando así la inminente llegada de su fase crepuscular...
Pues con todo le que le falta el film logró una más que aceptable taquilla, y aunque ni el de Michigan ni los de A.R.C. vieron mucho futuro en eso de las aventuras en el salvaje Oeste, le encargarían más obras dentro del género.


Los Siete Minutos Los Siete Minutos 03-06-2023
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El mayor juicio de la Historia de Norteamérica celebrado para condenar la obscenidad por culpa de la lectura ¨más depravada jamás escrita¨ da pie a una de esas extrañas y fascinantes historias que merecen descubrirse, empezando por el artífice de la misma, el valiente y directo Irving Wallace...

Si en ¨The Man¨, adaptada mucho después, planteaba el ascenso al poder político de un hombre negro, vaticinando muchas cosas, en ¨The Seven Minutes¨ aborda, a lo largo de más de 600 páginas, una lucha encarnizada tras las puertas de los juzgados entre los defensores de la libertad de expresión y aquellos que, por medio de los más pérfidos trucos, la atacan sin piedad a partir de los supuestos terribles efectos de la novela ficticia que da nombre a la obra. Y el más inusual de los cineastas fue contratado para llevarla a la gran pantalla, un Russ Meyer que había tocado el techo de su creatividad y su éxito gracias a la indómita locura anti-Hollywood de ¨El Valle de los Placeres¨.
Pero esto se situa a otro nivel. Los de Fox están contentos con él y creen que vale para algo más que para la explotación sexual y la provocación vulgar, le dan el presupuesto más grande que tuvo, motivo de su aceptación, y le alientan usando los percances de la censura que él mismo sufrió desde que empezara a filmar y distribuir sus películas, tildadas siempre de ¨basura pornográfica¨ por los sectores conservadores. De hecho desde la primera escena somos testigos de la absurda atención que la sociedad norteamericana, tan pacata, presta a ciertas cosas olvidando otras mucho más importantes.

Dos agentes deben detener al empleado de una librería por ofrecer ¨material obsceno¨, pero uno de ellos (el gran Charles Napier) se queja: ¨Hay un criminal en este barrio y venimos a arrestar a un maldito vendedor...¨. Se puede decir más alto pero no más claro, en la línea del estilo de Wallace; a partir de aquí se arma una intriga donde dos hombres en representación de dos posturas muy importantes e influyentes se enfrentan. Por un lado el abogado Barrett, amigo del editor del libro confiscado y en defensa de esa libertad de expresión, vital para cualquier artista o divulgador, vital para despertar la conciencia social.
Por otro el fiscal Duncan, defensor de la moralidad en extremo opuesto, de las tradiciones bienpensantes de la comunidad, un personaje repulsivo al esbozarlo Wallace como un hipócrita que a espaldas de los grupos conservadores de los cuales es portavoz actúa en puro beneficio personal por ambiciones políticas y forma parte de otro grupo que opera en la sombra, liderado por Yerkes, hombre de negocios, un repulsivo personaje, de extrema fealdad gracias a la mala sombra de Jay Flippen (podría ser la caricatura de Meyer del abogado y empresario Charles Keating, que tantos dolores de cabeza le dio cuando impugnó ¨Vixen¨ por obscena...y que más tarde resultó culpable de estafas y fraudes fiscales).

De esta calaña se quiere quejar el director, de personalidades de poder empresarial y político que en público dicen luchar a favor de la higiene moral pero en privado organizan proyecciones de películas pornográficas, y acompañados de señoritas 40 años más jóvenes que ellos. El tipo de gentuza que usa la polémica de ¨The Seven Minutes¨ para tapar la terrible violación que ha cometido el hijo de un magnate de la publicidad, ni más ni menos que una condena oportunista a la propia libertad de expresión para justificar crímenes mucho peores.
Con estos ribetes de rabiosa denuncia el guión sigue la lógica del drama judicial, con el arquetipo del valiente abogado que lo sacrifica todo reuniendo pistas y testigos aquí y allá mientras fuerzas ocultas lo impiden a cada minuto. Esto sobre el papel resultaría un tedio considerable, pero Meyer lo pasa por el filtro de sus propias obsesiones y tan peculiar estilo; y lo que debería ser rigurosidad, convencionalismo narrativo y seriedad se vuelve un arriesgado e innovador ejercicio en base a un montaje experimental donde los sucesos fluyen a ritmo de vértigo entre abruptos cortes entre planos, ángulos extraños y colorida estética de clara influencia ¨british¨.

Ello es redondeado con un mordaz trato del drama que enfatiza los matices trágicos de los diálogos, las reacciones y las interacciones entre personajes para finalmente ridiculizar la seriedad del género, aproximándose más al melodrama televisivo típico de la época que al que se podía ver en el cine; más o menos como en ¨El Valle...¨, pero eliminando sus partes más disparatadas y psicodélicas, aun resultando la mezcla igual de extraña en esta ocasión.
Con respecto al erotismo, la censura se abalanzó sobre Meyer encarnada en Richard Zanuck y David Brown, quienes le exigieron (irónico, ¿verdad?) atenuarlo.

El poco sexo que hay es filmado incluso con decoro y no cruza la barrera de lo ¨travieso¨ (salvo las escenas de la brutal violación). Teniendo en cuenta el material a adaptar hubiesen sido más adecuados cineastas comprometidos y acostumbrados al cine de mensaje (un Martin Ritt, un Stuart Rosenberg, un Jack Smight, por ejemplo...), y no al californiano, sobre todo si se desea respetar un cierto convencionalismo cinematográfico. Así se irá desarrollando la historia: bajo los encuadres aberrantes, la velocidad de la edición y esos toques que sólo podrían ser de factoría Meyer (piernas, muslos, traseros y pechos pasando por la colorida pantalla de vez en cuando), el drama de investigación sigue su curso hasta su consabida 2.ª parte: la llegada del juicio.
Podría parecer al contrario, pero es realmente aquí, cuando nos hallamos ya en el ecuador del metraje y tantas traiciones, tragedias y actos indignos han sucedido, que la historia realmente alcanza sus momentos más interesantes, pues todo esto sólo ha sido la punta del iceberg. El director va a exponer algunas bajezas morales sobre la repulsiva condición humana, con pulso y con mucho ingenio tras una cámara que salta de una sentencia a otra sin darnos tiempo a asimilar toda su profundidad, y es que, como él admitiría, estamos ante la obra con más diálogos de su carrera, totalmente inusual para el fan más acostumbrado a ¨Vixen¨ o ¨Faster, Pussycat! Kill, Kill!¨.

A este tipo de espectador (en el cual me incluyo) es al que más le cuesta asimilar el desafío de ver a Meyer haciendo un drama de juicios, abogados y jurados; el mismo desafío si Peckinpah hiciese una película infantil con Hayley Mills, pero no desmerece este valiente esfuerzo, aun no siendo el experto en el género Lumet quien filma. Meyer es fiel al concepto de Wallace, presta atención a los detalles, maneja con habilidad la intriga y el suspense alrededor de la investigación y sobre todo apela al descubrimiento de la verdad y la defensa de la razón y la libertad.
Sin duda habla por la boca del esforzado Wayne Maunder al señalar con furia ciega la hipocresía de los grupos llamados ¨protectores de la moral¨ y de los políticos corruptos, se burla de los intelectuales conservadores, da igual si son homosexuales o mujeres, que demuestran ser unos patéticos ignorantes y grotescos, subraya la presión que ejerce ese detestable juez sobre el abogado, con quien nos sentimos totalmente identificados; y con la entrada de un testigo tras otro se condena duramente la ¨justicia¨ de la sociedad estadounidense, ya que todos o han sido sobornados o manipulados por la perorata de un fiscal cínico y ambicioso. Incluso la Iglesia cae presa de la crítica de Meyer.

Durante los asfixiantes minutos que dura este largo acto, y que el director conduce con sus particulares ¨marcas de la casa¨, no sólo se desea proteger la libertad de expresión, sino la del derecho de decisión propia del ciudadano medio, de todo ser humano que tenga la oportunidad de ofrecer su opinión subjetiva.
¿Cómo es realmente posible, si no es por medio de la manipulación de la conciencia, que un proceso por supuesta obscenidad en el medio artístico haya tenido más importancia que la violación y la muerte de la chica que generó todo este revuelo mediático y sensacionalista? Repugnante es decir poco.

Y aun siendo fiel a los dispositivos del drama (la aparición de más testigos hasta que el héroe de turno tiene la gran prueba concluyente en sus manos de la manera más inverosímil), pero sin llegar a las grandes dimensiones del juicio de la novela (aquí todo parece mantenerse dentro de los círculos conspiratorios y sin hacer hincapié en la opinión pública) y modificando ligeramente la resolución del caso (pues es nada menos que la diva Yvonne de Carlo quien participa aquí), el de California nos atrapa en una maraña de intrigas cuya tensión no deja de acumularse hasta un explosivo (y casi orgásmico) clímax que ni siquiera un servidor vio venir.
Su mayor hándicap es que dada la extensión de la novela y del catálogo de personajes ciertos sucesos ocurran demasiado rápido (el episodio de la llegada a New York es mucho más largo en las páginas) y muchos actores no tengan en pantalla el tiempo que merecían, como John Sarno, Lyle Bettger, un joven Tom Selleck o la mujer de Meyer en ese momento, Edy Williams (que desaparece sin previo aviso de la historia). La respuesta, tanto de crítica como de público, a pesar de la dedicación, riesgo y coraje de éste, fue lo suficientemente desastrosa como para decidir hacer las maletas y largarse de los dominios de Fox para siempre.

Deja, eso sí, uno de los alegatos más valientes del cine norteamericano acerca del derecho que todos los ciudadanos, no sólo de EE.UU., sino de todo el Mundo, deberíamos tener: el derecho a la expresión.
Libertad que siempre se nos niega.


Heat Wave Heat Wave 19-05-2023
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Cuentos de destierro, traición, amor y muerte. Nuestra protagonista, O-Rin, deambula a lo largo de una tierra machacada por la crisis y la violencia hasta reencontrarse con un pasado terrible.
Reencuentro fatal. Su deuda se cobrará muchas vidas.

Nos los va a narrar uno de los poetas más descarnados y brutales que ha brindado el cine japonés; por desgracia, en este momento de su vida, el futuro no se le presenta muy brillante...se podría decir que Hideo Gosha carece de futuro. La razón es un cáncer de esófago que ha estado creciendo en su cuerpo desde mediados de los 80; esto unido a sus problemas profesionales y familiares le deja pocas salidas. Su productor Kazuyoshi Okuyama descubre su enfermedad y para limar asperezas le ofrece, en el mismo hospital, la oportunidad de dirigir una gran película. Tal vez la última.
Confiesa que su deseo fue siempre participar en la célebre saga de Toei ¨Hibotan Bakuto¨, pero Okuyama no concibe ¨una vulgar película de yakuzas¨ para Shochiku, así que Koji Takada arregla un guión donde disfraza esta idea de drama de época; el de Tokyo tendrá su proyecto, carísimo, y además estará repleto de grandes actores. El título, ¨Kagero¨, se anuncia sobre un precioso atardecer, que ya pone de manifiesto las intenciones artísticas del film, y el cuerpo desnudo de la cantante y estrella televisiva Kanako Higuchi; seguiremos el recorrido de la sufrida existencia de su personaje a lo largo de un Japón que se está adaptando a la transición de la era Taisho a la era Showa entre crisis y alzamientos ultranacionalistas.

Rin Jojima, trasunto de la Ryu encarnada por Sumiko Fuji en ¨Hibotan¨, es una de esas poderosas mujeres que llevan ocupando el cine de Gosha desde la década anterior, y el imponente tatuaje de su espalda ejemplifica su posición bien defendida en el submundo que habita: el de las mesas de juego, los gángsters, los asesinos, los estafadores. Tras el violento encuentro con su hermanastro Ichitaro, Takada efectúa una inteligente maniobra, antes de que sea más tarde, y nos proyecta a la infancia de la protagonista, evocando a ¨Kai¨, escrita también por él.
Marcada de nacimiento por la sangre y la soledad, ¨Kagero¨ es la parábola existencial de esta desheredada de las calles que logra un hogar y se marcha como si todo hubiese sido parte de un sueño efímero, para mucho más tarde regresar y verlo convertido en una pesadilla por los jefes yakuzas; la deuda es su pesar, no tanto una venganza como sucedía con Yuki en ¨Lady Snowblood¨. Alrededor de ella, al estilo usual de Takada, aparecen otros tantos personajes, lo que puede producir recelo en el espectador, amenazado de nuevo por el mayor inconveniente de los melodramas de época de Gosha: la cantidad de secundarios, sobre todo masculinos, que se van acumulando, y con sus propias subtramas.

No obstante, pese a la que abre el amor fatal entre Ichitaro y la joven Koyo, trabajadora del antiguo restaurante familiar ahora bajo el mando del despiadado Otaki, la película seguirá muy de cerca los pasos de Rin sin desviarse demasiado de su objetivo, que es ni más ni menos que recuperar dicha propiedad. En homenaje a ¨Hibotan¨ las peleas y asesinatos, aunque salvajes, quedan en un segundo plano y así la historia deja que ella venza a sus enemigos por medio de su astucia en el juego y las apuestas (estas partidas están filmadas con una sensación de incómoda proximidad, y Rin siempre rodeada, siendo imposible su escapatoria, lo que acrecienta el calor del entorno, perpetuo, angustiante, pegajoso).
De esta forma los secundarios (no dejan de asomar caras nuevas pasada la hora de metraje) carecen de gran profundidad, y sus asuntos, rencillas, negocios sucios y demás sólo son importantes si repercuten en los planes y en los sentimientos de Rin, siempre en el centro de la tormenta (hay por ahí un rencor de Otaki a otro jefe yakuza por el control del carbón del territorio, que pasa de soslayo...). Destaca más que otra cosa la extraña relación que nace entre ella y el genio del juego Tsunejiro, quien se revela casi al comenzar la película (un fallo que debiera ser corregido de inmediato) como el hombre que asesinó a su padre frente a ella tiempo atrás.

Relación de odio, rencor, respeto y temor, muy tocada por el halo de lo romántico. Tatsuya Nakadai vuelve a los brazos de Gosha en un papel realmente misterioso e inquietante (atentos a su timbre ronco y su ritmo pausado; ningún actor nipón utilizó tan bien la voz como él) cuya función nunca sabe uno cuál es en realidad; éste demuestra una química blindada con Higuchi en pantalla (más que nadie del reparto), sin dejar de ser ese arquetipo que siempre interpretó: el solitario nihilista y enigmático con un gran pesar en la conciencia. Esta relación se perfila en la distancia, como otro sueño anhelado imposible de cumplir, tal vez para no terminar igual que Ichitaro y Koyo.
La razón que conduce a ¨Kagero¨ a un obligado desenlace de sangre y venganza es lo más predecible que pudieron imaginar Takada y Gosha (al fin y al cabo un yakuza sólo sabe saldar la humillación de la derrota con el castigo...), y aún así funciona por su simpleza, por no buscar más subterfugios ni complejas tramas (que de eso ya hubo bastante en ¨Hunter in the Dark¨ o ¨Death Shadows¨). Clímax en esa pura tradición ¨peckinpahniana¨ que tanto le gustaba al cineasta, donde el gran espectáculo, aderezado de brillantes secuencias de acción a cámara lenta, se une a estallidos de violencia desmedida y seres descendiendo a los abismos de sus instintos más salvajes.

Pero siempre conservando el lado romántico, o al menos su esencia más hermosamente fatalista. El director logró aquí por fin un gran éxito de taquilla, rompiendo su racha de mala suerte.
Por desgracia esta nueva buena racha iba a acabar pronto debido a su enfermedad. La última obra, aunque oficialmente esa es ¨Kagero¨, estaba en camino...


El Confidente El Confidente 14-05-2023
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¨Sólo soy un pobre diablo¨, admite Silien a los policías, que no saben a qué atenerse. Y tiene muchísima razón.
Nos hallamos ante un diablo, el más calculador e inteligente. Porque la mayor habilidad del Diablo es hacer creer al Mundo que no existe. Y éste lo consigue.

Nos trae a este tipejo despreciable, pues, al menos para ellos, no hay nada peor que ser un criminal, salvo un soplón que se aprovecha de un criminal para su propio beneficio. Entra y se escurre cual lagartija entre el fango; el sr. Jean-Pierre Melville se dispone, a su vez, a utilizarle para traérnoslo en el que será su primera incursión, oficialmente hablando, en ese universo de los gángsters, cuya iconografía e imaginario ha tomado, sin ningun disimulo, del cine negro norteamericano, que adora. La esencia del mismo puede que ya impregnara a su ¨Bob, el Jugador¨, pero aquí todavía se acercaba más al drama.
Tal vez lo que deseaba era desprenderse de la etiqueta que le habían colocado sus aduladores de Cahiers du Cinema y sus jóvenes seguidores de la ¨nouvelle vague¨, virando por unos caminos mucho más convencionales, incluso comerciales, en cuanto a forma y temática; así era el francófono: independiente hasta las últimas consecuencias. Sin embargo hubo de plegarse a exigencias, como la de sus productores sobre contratar a un actor conocido si quería que ¨Le Doulos¨, inspirado en el debut homónimo del genio de la literatura criminal francesa Pierre Lesou, cuyas obras serían posteriormente muy llevadas al cine, tuviera éxito en las salas.

Ese actor es Belmondo, a quien le une una relación de desprecio mutuo. Pese a ser el protagonista y mencionarse el tipo de personaje que encarna al principio de la película, ese criminal que se aprovecha del criminal, el soplón, la rata, con sombrero que lo delate, no es él con quien la empezamos. Sello característico del cine de Melville, el destino marca la senda por la que caminan los hombres; si es así Maurice se dirige con determinación, pero sin saberlo, a su propia sentencia de muerte, como si andase por un corredor de la muerte metafórico figurado en los pasadizos de ese túnel en el cual le vemos a través de un extenso y elaboradísimo plano-secuencia.
Irá a cometer un crimen, y contra un amigo (Varnove) por venganza. Mucho más tarde describirá este hecho como casual: ¨Ese movimiento fue terrible: se giró y vio la pistola. Nada más¨. Melville empapará a sus gángsters de una impasibilidad implacable, contagiada por el entorno, dotando al ya de por sí nihilista universo del ¨noir¨ de un estigma de resignación, casi melancólicamente poético; así concibe el género, así debe concebirse: tan duro, áspero, frío e impenetrable como las aceras a las que se arrojan los individuos que lo habitan. El criminal recién salido de prisión de Serge Reggiani es un perfecto ejemplo, pero, mejor que él, el Silien de Belmondo.

Arropado, casi oculto, por las sombras de la tan particular fotografía de Nicolas Hayer, de raíz expresionista, el actor sufre la restricción de no poder improvisar y su deber a atenerse a una actuación lacónica y gélida; más bien desalmada, y es algo que captura al vuelo. Narrado con silenciosa precisión, en una serie de largos planos-secuencia por los que se distinguirá la película (y toda la obra del cineasta), el atraco que prepara Maurice es lo que dispara una serie de desastres donde la amistad, la lealtad y la confianza son aplastados por el yunque del interés y la codicia; ni siquiera los criminales pueden fiarse de su código interno.
Se agazapa en las tinieblas el soplón. Regala su sonrisa malévola a la pobre y machacada Thérèse (en una de las escenas más terriblemente crueles de la Historia del cine, irrealizable hoy día). A partir de aquí, cual héroe de tragedia épica, Maurice se levanta y se enfrenta a los elementos en busca de venganza; al otro lado una policía de métodos desesperados dirigida por un sagaz comisario que también formará parte del mundo gangsteril ¨melvilliano¨ para la posteridad (aquí un magistral Jean Desailly, protagonizando una escena inolvidable donde su verborrea ante Silien y su andar en círculos por el despacho es filmada sin cortes desde el mismo eje fijo).

Entre el humo de los bares, sutilmente fotografiado en el blanco y negro rugoso, entre las calles mojadas por la lluvia, y sobre todo, y otra ¨marca de la casa¨, entre habitaciones que dificultan la escapatoria a un lado y al otro, Silien hace sus juegos de manos como un mago del engaño, se burla de unos y otros; criminales, policías, mujeres y nosotros mismos caemos presa de su arte para la manipulación, como un maestro de ceremonias que moldea este mundo de muerte negra a su antojo. Un buen trabajo tenemos aquí en el desarrollo de un guión que pasa por muchos lugares, intrigas y traiciones; complejo, sí, pero tampoco enrevesado.
Basta con prestar atención a las jugadas del soplón para salir siempre airoso, siendo la culminación de su obra el incluso quedar como inocente ante los ojos del hombre al que vendió sin miramientos. Y mientras tanto Maurice en la tela del desconcierto, la cual queda bien enhebrada gracias a unos ¨flashbacks¨ fantasiosos (magnífico uso de la forma y el estilo) donde la auténtica verdad nunca es revelada, pero que sin embargo conduce, porque siempre deben de haber brechas en las mentiras, a un final apocalíptico. El de ¨Le Doulos¨ trata la imposibilidad de huir de los pecados y la corrupción propia y el castigo por la traición del código de honor.

Paul Misraki aporta unas melodías de oscura profundidad subrayando la fatalidad, la catástrofe. Melville volvería a obligarnos a habitar estas esferas refinadamente viscosas para instalarnos en ellas hasta el final de su carrera.
Por desgracia ya no lo volvería a hacer con Belmondo a bordo, pero pudo brindarnos la que podría disputarse como la más impresionante interpretación de su vida, con todo lo lacónica y estoica que sea. En su contención radica su grandeza, como sucede en la propia película.


Todos a la Cárcel Todos a la Cárcel 14-05-2023
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Nos concienciamos, o al menos se intentó, con el pobre, con el pequeño empresario, con el exiliado, con aquél que quiso ascender en el escalón social...
En esta ocasión el sr. Berlanga no arrastra por los pies hasta las tripas de una prisión para que nos pongamos frente a frente con el preso común y comprendamos mejor todo su mundo.

Es un viaje de esencia tan ácida que causa heridas en las fosas nasales. Y llega muy tarde, nada menos que seis años después de la chiflada ¨astracanada¨ de ¨Moros y Cristianos¨, marcando, para desgracia de todo el cine español, la última colaboración entre el director y su compañero de fatigas Rafael Azcona. Dejando a medias el frustrado proyecto de una 4.ª parte de la saga ¨Nacional¨ debido a la muerte de Luis Escobar se lanza precisamente a organizar una especie de curiosa relectura de la primera, ¨La Escopeta¨, junto a su hijo Jorge al guión.
Esto podría impedir a más de uno acercarse, por el mero hecho de repetir los mismos esquemas en los que se ha apoyado toda la obra del valenciano, y sería un error; en efecto, no hay nada en ¨Todos a la Cárcel¨ que no lo tengamos visto y oído, pero el tema a tratar en el mundo ¨berlangiano¨ siempre está en el fondo, porque lo importante es cómo se trata. No hay más que ver el disparate de trama que la inicia, con una intriga política llena de corrupción gubernamental y hampón italiano encerrado que pareciera sacada de las páginas de LeCarré; eso de fondo, y vemos otra vez a Sazatornil encarnando a un Canibell más envejecido y amargado, ahora con el nombre de Artemio.

Esto es: el fabricante de porteros electrónicos se dedica ahora al negocio de sanitarios, y su aventura al interior de la cárcel valenciana de Modelo repite los pasos en la cacería de los aristócratas Leguineche; sin embargo su participación aquí no se da de manera voluntaria, sino totalmente forzada, y el aire empieza a faltarnos incluso antes de haber entrado. Berlanga se hace con las galerías auténticas de la vieja prisión de Mislata, dentro de Picassent, y allí cuela toda su farándula, creando un esperpento en movimiento cuyas proporciones hacía tiempo no se veían en su cine.
Esta farándula va a formar parte de otra variante del festejo de ¨Acoja a un Pobre en su Mesa¨ que ya vimos en ¨Plácido¨, y sirve de escaparate para el asunto del mafioso retenido simplemente para que todos los invitados se intenten beneficiar de ello. Se trata de la generación del llamado ¨Pelotazo¨, los empresarios ejemplo del modelo económico neoliberal que ha desarrollado la administración González, y quienes sustituyen muy orgullosos a los mismos sinvergüenzas y caraduras que antes que ellos se aprovechaban del sistema. Un reemplazo con más lustre y más aceptación social, por ignorancia, muy en disfrute de sus repugnantes acciones.

Porque si antes había cacerías, como bien dice el personaje de ese gracioso Antonio Resines, ahora hay reuniones sociales de concienciación como la que vemos aquí. Pero las únicas conciencias que circulan están sucias y asquerosas, y es que Berlanga y su hijo escupen con mucha furia sus críticas, mofándose, bastante zafiamente, de todas las personalidades concentradas: de la política, de la cultura, de la iglesia, del mundo de los negocios, incluso de la Historia misma de España, que cara a cara se encuentran en una situación social nueva pero con los viejos rencores palpitando en sus hígados.
El clima en esta película es por tanto pegajoso, la mala sombra pulula por encima de las cabezas de todos, y mientras el pobre Artemio, como el pobre Plácido, sin poder arreglar los asuntos que le tienen con el agua al cuello. A su alrededor la cámara de Berlanga capta la miseria apiñada, a la que mira de manera más tierna (los presos, ruina de la Historia, quienes sólo desean comer) o más rabiosa (los funcionarios y políticos, que se refugian en apariencias). Pero algo les distingue a todos por igual: cada uno piensa sólo en su propio beneficio, y el sufrimiento del prójimo no importa lo más mínimo.

Así, mientras dos dicharacheros presos (Manuel Alexandre y Rafael Alonso) intentan fornicar con unas bailarinas de la fiesta, el responsable de su organización (José Sacristán) se carga sus principios cenándose los langostinos que en principio iban a servirse, sólo porque la televisión no va a retransmitir el evento; y como todos los periodistas sólo buscan morbo (en este caso el objeto de su interés es un preso que mató a hachazos a su esposa). A otro lado el director (Agustín González, irascible como siempre) es un caradura que se deja sobornar, siempre y cuando Hacienda no se entere, por los que quieren la liberación del gángster, sólo para fugarse con su amante travesti de las garras de su rancia esposa (Chus Lampreave, maravillosa).
Los cocineros escupen en la comida, los presos se amotinan y quieren violar a la ayudante del organizador (Marta Fernández), los dueños de fundaciones congregados en el festejo buscan llenarse los bolsillos, el ministro (Joaquín Climent) se regodea en su falsa confraternización y por detrás vomita sobre sus rivales de la oposición, y Artemio sin solucionar sus deudas y quien mandará todo a freír morcillas. Berlanga nos hace parte de su troupe de pícaros malencarados y repulsivos manipuladores con ese movimiento en plano-secuencia que hace aparecer de izquierda a derecha, de arriba a abajo, todo un universo de vocerío, grosería y engaño.

La maestría de este destripador social se revoluciona a través de los pasadizos de un microcosmos que ofrece en sus pocos metros cuadrados el reflejo perfecto de lo que es el mundo español de ahí fuera: esperpéntico, terrible, patético...de traca, vamos.
Con esta revolución silenciosa en su discurso por fin puede destacar en los Goya, donde será un gran ganador. Aquí, para muchos, incluido un servidor, capitula la obra del valenciano.


Jubal Jubal 14-05-2023
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La historia de Jubal es muy vieja, por todos conocida, por todos contada y tal vez vivida. El hombre extraño y justo que llega a una tierra extraña e injusta.
La mala suerte tras él, acechando en la esquina de cualquier hogar donde hayan germinado los celos y el odio...

Cuando en Mayo de 1.956 se estrenó ¨Centauros del Desierto¨ tal vez todos pensaron que ya no hacían falta más ¨westerns¨. Es propio de la masa espectadora seguir algo cuando es aclamado, sobre todo si lleva el sello del Oscar como una res de rancho, olvidando, por tanto, todo lo que queda atrás debido a su peculiaridad más allá de los cánones. ¨Jubal¨, realizada un mes antes que la de Ford, es de esas películas misteriosas y fascinantes, la cual llega a manos de un Delmer Daves cada vez más considerado uno de los maestros modernos del género, en forma de proyecto que lleva mucho tiempo dando vueltas y con el presidente de Columbia, Harry Cohn, deseando afrontarlo.
Se trata de una adaptación de la extensa novela de 1.939 ¨Jubal Troop¨, escrita por el entonces muy llevado al cine Paul Wellman; la primera intentona incluía un guión de Russell Hughes acorde a las típicas gestas heroicas del ¨western¨, acordada para ser dirigida por Walsh con Alan Ladd y Aldo Ray de protagonistas. Esto se desvanece y cuando entra el nativo de San Francisco, inspirado por la reciente ¨Al Este del Edén¨, decide centrarse en una parte del libro, abandonar todo rastro de aventuras, dejar de lado la picaresca y la acción que proponía el autor y modelar un melodrama al estilo de la tragedia clásica...jugada audaz y maestra.

Todo cambia de raíz en una producción donde suceden dos milagros: su primer trabajo de muchos con Glenn Ford y Felicia Farr y tener a bordo al poco antes oscarizado Ernest Borgnine. El bello paisaje de Grand Tetons, en Wyoming, le sirve de escenario pictórico y da cierto aire de irrealidad a los acontecimientos: de repente, un hombre cae por una ladera hasta quedar inconsciente, y es como si hubiese sido lanzado al Mundo, desterrado de su paraíso para afrontar una dura prueba de fe sobre la condición humana. Por fortuna es recogido por un hombre bondadoso, quien le ofrecerá cobijo y empleo.
Shep de basto pero amable hombre de tierras, Pinkum de envidioso despreciable, y de fondo Mae, la esposa seductora capaz de atraer problemas fácilmente; los personajes alrededor de Jubal se muestran como son y representan arquetipos (así lo anuncia ya él de antemano...), pero la mirada vulnerable que transmite Ford sugiere un tipo al que ocultan los fantasmas de un pasado oscuro. Se produce entonces una extrapolación del fatal drama ¨shakespeariano¨ que ya se veía venir, con ese Pinkum que a espaldas de su jefe maltrata a su Desdémona particular (la hermosa Valerie Harrison), más cerca de las ¨femme fatale¨ del ¨noir¨, sujeta a un hombre bueno por pura supervivencia pero que odia en secreto.

En este torbellino de rencor guardado bajo llave y podrida desafección, Jubal/Cassio es un observador de hasta qué limites puede llegar la maldad humana, y luego sufrirlo en sí mismo. Ford también desmitifica al clásico hombre duro del Oeste, quien aquí se ve acobardado por la presencia femenina, justificado en un horrible trauma de su niñez. Daves, que le concede una escapada de origen religioso en contraposición al infierno de bajas pasiones que representa el rancho de Shep/Othello, deja que la tensión y el suspense fluyan a través de las reflexiones y las emociones más viscerales de los personajes, creando un retrato íntimo, cercano y de gran humanidad.
Esa ¨escapada¨ que proporciona el guión es otra posible aventura romántica, pero la Naomi encarnada por Farr ni mucho menos se parece a la Bianca del dramaturgo, tal vez es la otra cara de Desdémona, esta vez bendecida con la inocencia aunque tan codiciada como la original. Con ella y Mae, Daves pinta con valentía un amargo retrato sobre la limitada, por no decir ausente, capacidad de decisión propia de la mujer en aquellos tiempos, tan atada a la obligación matrimonial bien por mandato paterno, bien por puro ego y necesidad.

Y sin embargo son ellas quienes mueven realmente la trama, las responsables, consciente o inconscientemente, de provocar celos en los hombres, de instigar la tensión o, por el contrario, de despertar pasiones. Y ellos, atrapados por tales sentimientos, reaccionan en consecuencia, se persiguen, sospechan, se traicionan. Cuando ya está instalada la atmósfera de desasosiego entre el cuadrado (o incluso quinteto) amoroso, sobresaliendo la participación de un Charles Bronson magistral, el director regresa a su crítica feroz sobre el frío horror de la justicia aplicada por venganza y en absoluta violación contra el derecho humano.
Esto trae consigo un clímax desarrollado en cacería por exteriores que provocan la misma sensación de ahogo que los interiores del rancho donde finalizará de manera demoledora, ya que Jubal parece tener todas las salidas cortadas ante él, cada horizonte vigilado por individuos que, sin importar las razones ni la verdad, están dispuestos a matarle. Esa justicia injusta la encarna mejor que nadie un Rod Steiger apabullante como Pinkum, sobresaliendo por encima de todos sus compañeros de reparto, incluso del mismo Ford, él en su línea bastante acartonada, gracias a una actuación de ¨método¨ visceral y agresiva (lo que causó un impacto no demasiado agradable en los demás).

La resolución del ¨Othello¨ original varía ligeramente y sin las mismas complicaciones en este estudio oscuro del alma y del amor celoso y posesivo con el que Daves echa abajo cualquier maniobra del cine del Oeste típico del momento, aun ateniéndose a los patrones del más turbulento melodrama de manual.
Borgnine, por cierto, sufre una metamorfosis brutal a mitad de trama demostrando de nuevo lo versátil e inmenso actor que era.


Japan Organised Crime Boss Japan Organised Crime Boss 13-05-2023
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Los últimos rayos del Sol de la tarde entran por la ventana y revelan un escenario en ruinas. El yakuza suspira.
¨Nunca pude soñar: Al fin y al cabo un yakuza es un yakuza...su destino no le pertenece¨. La mujer, a su lado, no puede entenderlo.

Esta es una de las interpretaciones definitivas del gran Koji Tsuruta, anunciando, y la nombrada secuencia sirve de paradigma de ello, el ocaso del yakuza. El yakuza honorable o yakuza ¨del camino recto¨ como tan bien lo vendió Toei a lo largo de los 60, se iba a dar de bruces cuando en la década siguiente Kinji Fukasaku quebrara dicho concepto con sus ¨Batallas sin Honor ni Humanidad¨. Pero aún quedaba algo de honor y humanidad en el género y quien mejor lo representaba era el nativo de Nishinomiya, dispuesto a iniciar otra saga para la productora (de las docenas que ya había protagonizado...).
Basándose en las andaduras de la familia real Yamaguchi, Fumio Konami y Norio Osada, colaboradores del director, dan comienzo con ¨Nihon Boryoku-dan¨ a una de esas clásicas fábulas gangsteriles del momento. En retrospectiva la película se postula como todo un preámbulo de las ¨Batallas¨, en especial gracias a su prólogo, que nos sitúa en un Japón hecho añicos, arruinado y humillado tras la 2.ª Guerra Mundial, cuyo único método de supervivencia es el mercado negro, controlado por los primeros clanes yakuza. Relato narrado, colores sepia, documentación histórica, imágenes de archivo, combates filmados con nervio y cubos de sangre...Fukasaku define su particular estilo para la posteridad.

El guión nos lleva entonces al Japón actual, el del capitalismo, el de la gran industria, un imperio financiero, social y político levantado desde las tripas del repugnante submundo. Visión agria donde las haya acerca de la prosperidad económica. En este lugar también prospera otro imperio, el de la familia Danno, que a fuerza de violencia han conseguido escalar peldaños inimaginables en la sociedad. Es en este escenario de cambios donde entra Tsukamoto, tras una larga condena en prisión; muy propio de las conocidas como ¨ninkyo-eiga¨, este hombre es representado cual yakuza de la vieja escuela lanzado a una tierra extraña.
Un tipo de yakuza cuya mentalidad no encaja con los ideales del nuevo sistema. La lucha se desencadena precisamente por ello. La postura ambiciosa de Danno es la de un político corrupto, pasando por encima de quien sea por la expansión y el control absoluto de la nación, empleando los métodos más sucios mientras se regodea en su cinismo ofreciendo una imagen pública diametralmente opuesta; la del protagonista es la postura del gángster clásico, a quien le basta con marcar los límites de un pequeño territorio, alimentar a sus secuaces y mantener lejos a otros malhechores.

Lo curioso de esta historia es que Tsukamoto se encuentra con tal responsabilidad de bruces, tras ser su oyabun atacado por una banda rival y transferirle a éste los poderes, y en lugar de abandonar al clan, compuesto básicamente de jóvenes que no tienen donde caerse muertos, se queda con ellos para protegerles. Sin muchas complejidades pero con un entramado plagado de giros y subtramas, ¨Boryoku-dan¨ profundiza en el deber y sacrificio de este hombre contra la crueldad exterior, personificada en un antiguo ¨aniki¨ que ahora trabaja para Danno, o en una pandilla de drogadictos recién llegada a esta Yokohama de sangre, tiros y basura.
Sin descolgarse por el mosaico colectivo como sucederá en las ¨Batallas¨, Fukasaku introduce una galería de pintorescos secundarios que estrechan el círculo alrededor del caballero yakuza de Tsuruta, y quienes llegarán incluso a robarle el protagonismo durante buena parte del argumento. Parte de culpa la tiene el Tomisaburo Wakayama más asqueroso que pueda imaginarse, a las órdenes de esos locos sibilinamente utilizados por Danno para borrar al anterior del mapa; imagen que pone sobre el tapete el tema esencial de la película: los yakuzas modernos y corruptos contra los rectos y honorables.

Prueba de fuego: el heroinómano y esnifador de pegamento Miyahara tiene secuestrado a uno de los hombres de Tsukamoto, quien va a buscarle, y mientras el primero pega repetidamente, incluso acuchilla al segundo, éste no hace más que levantarse y soportar estoicamente la paliza, comportamiento honrado que descoloca al otro. Este sentimiento de humildad y honor vibra en el interior de un secundario metido con calzador en la historia (la verdad...), Oba, mutilado por los hombres de Danno, (interpretado por el gángster real Noboru Ando), a quien encargan el asesinato de éste para luego deshacerse de él, pero encontrando en el camino la ayuda de Tsukamoto. Mientras, los episodios de ambos con sus mujeres sacan a relucir el lado más oscuro, melancólico y romántico de la poética ¨fukasakiana¨ de este periodo.
Ellas, cerca de los hombres pero ajenas al microcosmos de miseria en el que se dejan la piel, no alcanzan a comprender la máxima básica del yakuza por la que ellos viven: luchar por el clan, mantener a los compañeros y posponer cualquier intento de ilusión, de sueño pasajero. Podemos ver cómo cada personaje hace planes pero ninguno llega a buen puerto, y sólo queda la resignación a la fatalidad y el honor, siempre el honor; el que domina al protagonista, sin embargo, se dispara tras la decisión sacrificial de Kazama (joven Bunta Sugawara que aún era un secundario en este cine).

Y de algún modo, este honor pareciera transmitirse entre los hombres que aún conservan algo de esa humildad perdida en el cinismo de los tiempos modernos (lo que lleva a momentos increíbles, ya que nada hace pensar que despojos como Tsubaki o Miyahara pudiesen mostrar el más mínimo atisbo de honor).
Pero ese es el espíritu de las ¨ninkyo-eiga¨: los caballeros que atacan de frente con cuchillos contra los gángsters del progreso que disparan por la espalda. Una delicia de matanza servida con crueldad, fango, plomo y cámaras espasmódicas para los duros de estómago.


Wild Gals Of The Naked West Wild Gals Of The Naked West 13-05-2023
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Tiempos aquellos en los que existía la auténtica libertad, donde la tierra era un yermo que cual pizarra en blanco servía a hombres y mujeres para escribir la Historia de la nación en su largo deambular.
La nación es EE.UU. y vamos a observar uno de los pasajes sobre su creación más extraños que existen...

Cámara en mano y capturando con una enorme sensibilidad el entorno salvaje, esta historia nos la trae Russ Meyer en ese preciso instante de su vida en que su fama obtenida así como el desprecio ganado están absolutamente justificados gracias a sus peculiares películas. Con su ya esposa Eve ocupándose de todos los quehaceres de la compañía, él simplemente continúa ofreciendo al público sus fantasías sexuales en forma de largos ¨sketches¨ humorístico-picantes; resultaría curioso saber la razón que le impulsara a introducirse en el tradicional y sacrosanto mundo del ¨western¨ en su siguiente producción.
Y así sucedió. Tal vez fue sugerencia de su amigo y productor Peter DeCenzie, pero no pudo haber llegado en un momento mejor; el caso es que en aquel 1.962 el imaginario y la iconografía del Oeste iban a sufrir severos cambios. Los responsables serían títulos como ¨Duelo en la Alta Sierra¨, el canto fúnebre de ¨El Hombre que Mató a Liberty Valance¨ o la pieza moderna con regusto melancólico ¨Los Valientes andan Solos¨. El lamento que inicia ¨Wild Gals of the Naked West¨ presagia de algún modo el que unos años después aparecerá en ¨La Batalla de las Colinas del Whiskey¨.

El narrador, con voz cansada, evoca las inmensas gestas por las que pasó Norteamérica para ahora gozar de grandes ciudades y progreso; las batallas, las caravanas, los poblados, etc.. Si en sus obras anteriores el director se había paseado, y con él a sus chicas desnudas, por bosques y campos a las afueras de la ciudad, ahora realiza una gran escapada hacia los más extensos parajes naturales que le ofrece su tierra natal, y por cierto filmándola como uno de los mejores documentalistas. De lo que carece este pequeño trabajo, como los anteriores, es de dinero y auténtico ritmo.
Nótese lo ínfimo del presupuesto que para escenificar las contiendas entre ejércitos simplemente usa una bandera, una lanza o una corneta en primer plano (ni tan siquiera imágenes de archivo o segmentos de otras películas, como hacían Ulmer, Wood o Corman). Sin dinero para filmar acción se resigna a ofrecerlo todo narrado...y nosotros comérnoslo sin omeprazol, pues dicha narración, la de un tipo con el maquillaje más horrible de todos los tiempos (Werner Kirsch), es un tedio explicado de manera idiota, como para turistas de ciudad. Su fábula trata sobre un poblado en especial de cuantos hubo, pero uno ¨tan malo que les avergonzaba ponerle nombre¨.

Nos sobreviene entonces una idea: ¿cómo va a mostrarnos este señor sin un dólar lo que era el salvaje Oeste? ¡Lo hace, por supuesto!, como ha estado haciendo todo lo anterior: tira de imaginación, decorados sencillos, unos pocos actores, entre quienes se cuenta, y un puñado de chicas voluptuosas, y hace de ello un gran guiñol atestado de bromas escatológicas y absurdas, chistes sin sentido y pechos moviéndose aquí y allá. Diversión de puro ¨slapstick¨ teatralizada ya que no hay decorados; los interiores los forman paneles de cartón-piedra de diversos colores, mientras que varios estereotipos del género se usan en función del ridículo.
Un puñado de amigos que montan una compañía teatral y se han emborrachado en el proceso, de eso está más cerca ¨Wild Girls...¨ que de una parodia al estilo de la posterior ¨Blazing Saddles¨. La acción no se desarrolla como en sus films previos, sólo hay pequeños ¨sketches¨ cuyos disparatados personajes no se involucran en los de los demás: aquí un ardiente indio persigue a una estupenda señorita de enormes senos; allá tres prostitutas se dedican a cazar a los clientes a lazo; allí dos imbéciles se pegan en una pelea infinita (...sin derramar una gota de sangre, pues la violencia no había llegado aún de manera realista a su cine); de fondo deambula un tipejo disfrazado de orangután...

Si Ford ha asesinado la grandeza del ¨western¨, Meyer ha hecho lo propio con la lógica y la vergüenza. Pero la comedia de dibujos animados viviente, cuando ya no puede repetir más veces los mismos ¨gags¨ (o si no el espectador se muere de un ataque de histeria), se detiene en seco con la llegada de un extraño al ¨pueblo¨, tal y como lo relata el narrador. Ese hombre es ni más ni menos que la censura personificada, la misma que sufre el director esos días; tras ser humillado, el tipo logra acabar con los disparos, las carreras, los bromistas son aleccionados y las chicas se visten como cristianas.
Ese es el lamento del californiano: el de esa época de puro desenfreno y vicio que el país vivía y que las leyes y la censura han enterrado bajo las buenas costumbres; y al final, ¿qué queda? Exactamente lo que podemos apreciar en nuestros días: a hombres haciendo ganchillo y la corrección política adueñándose de todo. Un visionario este Meyer...y también un sinvergüenza. ¨Wild Girls...¨ es delirante hasta hacernos marear, pero una pésima patochada en cualquier esfuerzo de comedia, más bien una loca paranoia de autosatisfacción.

Poco le quedaba a aquél para terminar de hacer estas baratas tonterías y tomarse a sí mismo en serio como cineasta.
Pero sí, aún le quedaba...


El Perro Rabioso El Perro Rabioso 13-05-2023
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Murakami se ha embarcado en una aventura que le ha llevado al límite, física, psicológica y emocionalmente.
Sato, a su lado, herido, sólo puede decirle que el primer arresto nunca se olvida, pero es algo que debe hacer...

El sr. Kurosawa, que ha logrado un éxito considerable con su extraño melodrama ¨Duelo Silencioso¨, vuelve a recurrir a su sociedad independiente Eiga Geijutsu para plasmar en imágenes un guión que había empezado en formato literario influenciado por el estilo de la novela negra social; los jadeos de un perro sobre el sucio pavimento (muy controvertida escena que tuvo sus consecuencias para él) anuncian muchas cosas, un relato de supervivencia y miseria en el sentido más estricto de la palabra. Al haber concebido su historia como una novela la estructura se despliega a varios niveles.
Iniciándose la acción con la voz de un narrador, cuando el accidente ya se ha cometido: a Murakami, el policía joven, le han robado su arma en el centro de la ciudad. La vergüenza absoluta por este error abre la trama hasta lugares insospechados durante un primer acto muy largo, y todos los atravesamos junto a él; así, mientras ¨El Ángel Borracho¨ se desarrolla a partir de un único decorado, el film que nos ocupa se basa, habitual de Kurosawa, en los espacios abiertos y a la vez cerrados, en el caminar infatigable y la travesía de multitudes, expresados a partir de un montaje frenético e ingeniosos fundidos encadenados.

Filmadas por Ishiro Honda en calidad de asistente de dirección y arriesgando su propio pellejo, todas estas escenas son de una fuerza visual y estética poderosa; la búsqueda, el laberinto, una sinfonía de los bajos fondos compuesta por la carne apiñada, la miseria reunida, las paredes rotas de esos edificios medio en ruinas, y sobre todo el clima, esencial, que expresa esa agitación como un último tránsito ante la muerte: el calor sofocante de un rodaje en pleno verano, pegajoso, es también el reflejo de una sociedad oprimida, acorralada, la sociedad de la derrota y la pérdida, el desamparo, la humillación y la invasión extranjera.
Kurosawa crea un cuadro social vivo y en tensión, esbozado con la melancolía neorrealista de ¨Un Domingo Maravilloso¨ y los trazos negros de ¨El Ángel...¨. Aquí, el héroe traicionado por sí mismo, obsesionado por su doble invisible, que le ha robado su fuente de poder y la está usando en el sentido contrario a sus valores: propagar la muerte, la maldad; se seguirá el modelo de investigación policíaca de manual, y sin embargo los resortes de la intriga están perfectamente hilvanados y no parecen fruto de la casualidad. Ni siquiera la unión de Murakami y Sato, con el segundo ya indagando en el caso de la pistola robada sin saber que pertenecía al primero.

Con dicha unión, una vez más aprovechando el director la gran química que en pantalla posee la dupla Toshiro Mifune-Takashi Shimura, éste regresa también a uno de sus temas predilectos: la relación maestro-alumno y la enseñanza que extrae cada uno de ella. El policía inexperto, idealista, sigue los consejos del experimentado, quien le forma y le inicia en la ética dura de su oficio, robándole el protagonismo (Murakami desde luego ha de perderlo todo para luego valorarlo), lo que constituía el aprendizaje en ¨Sugata Sanshiro¨; sus pasos a través de los múltiples escenarios pagan su deuda con el ¨noir¨ clásico y el más puro neorrealismo.
En este sentido destaca una larga secuencia dentro de un estadio de baseball, de la cual, al estilo De Sica, Kurosawa quiere que nos sintamos parte, respirando el mismo aire viciado del público; una atmósfera de bochorno tan bien transcrita, unido al gran uso de los espacios y la profundidad de campo, cuya potencia es tal que a veces roza lo onírico (inolvidable instante en el club, donde las bailarinas danzan entre el humo de los cigarros y el sudor que resbala por sus piernas). Pero esa unión maestro-alumno culmina en un tramo demoledor donde el director desnuda su alma y predica sus ideas en boca de sus personajes, de un marcado humanismo.

Y es que el policía joven, como el criminal sin rostro a quien persigue, también fue a la guerra, y lo perdió todo al regresar. Este movimiento de separación y corrupción de valores se amplificará en ¨Los Siete Samuráis¨: mientras uno elige el camino correcto el otro elige el equivocado; el Mundo exterior es el desafío, con sus demonios, su decadencia, su maldad, que hay que evitar o amoldarse a ella. Sato es realista, de una generación anterior donde sólo hay extremos blancos y negros, y la rutina del oficio, una forma de lucidez desprovista de idealismo y a su vez de cinismo, constituye el realismo inquieto de Kurosawa, y se resume en la necesidad de compartir la responsabilidad entre la sociedad y el individuo...
En otra escena memorable, al joven, apenado por la miseria social según su visión, le insta el veterano a observar esa dulce estampa de sus hijos durmiendo, mostrándole una dimensión opuesta donde aún reside la paz. Durante el 3.er acto la trama gana en intensidad al separarse los protagonistas y quedar desprotegidos ante esa realidad violenta y deprimente, bajo el auspicio de una tormenta que presagia lo terrible; todo a partir de aquí es un encadenado de frenesí ¨in crescendo¨ con el que el nipón eleva la tensión del suspense hasta el límite para terminar con un gran impacto dramático.

Nos dejaría así uno de los clímax más recordados de su carrera y del cine en general cuando el detective se halla frente a su doble maligno, ya encarnado, para acabar ¨viajando¨ a base de golpes a los tiempos de la guerra, donde al fin ambos se pueden tratar como iguales, pero con esa línea divisoria que la sociedad les ha impuesto.
La pasión por los dispositivos del género y la dureza de la realidad documental hacen del film un logro, el gran paso de madurez del nipón, quien no obstante, y pese a un rodaje placentero, lo considerará demasiado técnico y hueco. Desde luego no hay tormenta a gusto de todos...


El Luchador El Luchador 13-05-2023
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Corren tiempos duros. Hay que dejarse la piel porque nadie regala nada y el Mundo no es precisamente un bonito lugar para vivir.
Menos mal que hay hombres igual de duros, duros de pelar, dispuestos a romperse los nudillos y escupir sangre sobre la acera, todo por un poco de pasta...

En este ambiente se presta a introducirnos un Walter Hill recién incorporado a la industria cinematográfica ejerciendo de director tras su largo romance con los guiones, donde sobresalen cosas como ¨El Hombre de Mackintosh¨, ¨The Drowning Pool¨ o, ni que decir tiene, ¨La Huida¨. En ese momento cuenta 34 años, durante los cuales ha aprendido muchas cosas y descubierto muchos tipos de cine, si bien comulga con el espíritu de ese Nuevo Hollywood que cimentan sus coetáneos (imponiendo estilos de vanguardia, comentarios sociales o con la mirada centrada en el éxito comercial mientras se homenajea a las generaciones anteriores).
Gracias al productor independiente de AIP, Lawrence Gordon, quien ha situado a otros jóvenes emprendedores tras la cámara, puede, con bastantes temores, acometer su primera película, y la verdad es que no podría haber comenzado de una manera más difícil: eligiendo una historia de época y con un sentido de la narrativa más en deuda con los clásicos norteamericanos que con las ¨juventudes innovadoras¨ que dominaban la taquilla (aquella era la época de los Lucas, los Scorseses, los Spielbergs, los Coppolas)...pero ese era su estilo, y ya jamás le daría de lado. Un inicio tan anclado en la tradición del ¨western¨ crepuscular da pistas sobre qué caminos cruzará ¨Hard Times¨, digna, humilde y orgullosamente.

El chirrido de los raíles y el rugir de un tren aplastan la quietud del paisaje rural de Louisiana. Un hombre observa escrutador la ciudad al igual que el forastero mítico del Oeste; con el físico esculpido en granito de un Charles Bronson de 54 años, Chaney se precipita sin ningún plan a la vista, sin perspectivas, sólo intentado mimetizarse con el entorno, y ése es el de unos EE.UU. en plena Gran Depresión, radiografiadas desde una distancia prudente y económica. Y la unión fortuita entre el recién llegado y el lenguaraz corredor de apuestas Spencer, que tan descaradamente interpreta James Coburn, marca la espina dorsal del film y de la misma carrera de Hill.
Por una sencilla razón: porque su cine trata la unión de los hombres tal vez no en base a la íntima y agradable amistad, pero sí en base a un acuerdo de lealtad inquebrantable, de respeto profesional, de interés mutuo. Dicho acuerdo, aquí, nace de la necesidad y la supervivencia, características por las que siempre se distinguirán sus personajes; la necesidad la marca la situación social de la época, que exige dureza de los seres humanos que la viven, ya sean, eso sí, hombres y mujeres, y cuyas relaciones están condicionadas por sus egos, ambiciones personales, cinismo y precariedad.

En este sentido Hill, ferviente amante del cine de Peckinpah, Mann, Fuller y Huston, se postula como alguien que examina lo que hay delante y extrae sus sensaciones puras, sin adulterar y sin edulcorar. De ninguna otra manera se podría analizar el submundo de los combates callejeros, la única vía de escape tanto a la pobreza como al aburrimiento. La actuación lacónica y dura de Bronson y autodestructiva de Coburn (quienes no se llevaron demasiado bien durante el rodaje) refleja ese microcosmos de la Depresión y le da nombre.
En resumen en el mundo de Hill los perdedores y solitarios se unen para compartir, para bien o para mal, su misma mala suerte en la vida, y todo esto se presenta tal como es, en toda su simplicidad, sin añadir al conjunto subtramas inútiles ni otros subterfugios que den color a la historia en sí, sin verse en la necesidad de desarrollar trazos de romance para captar ningún tipo de audiencia en particular o despertar más sentimiento del que se precisa, sin ni tan siquiera profundizar más de lo que debiera en sus personajes, pues ellos no lo querrían. Éstos ya son románticos de por sí, por su carisma, su actitud, la simpatía que desprenden sin proponérselo entre toda la miseria que los rodea...

Pero el aspecto más romántico en ¨Hard Times¨ yace en la violencia masculina, magnificada bajo los colores apagados y la luz tenue de la fotografía del genio veterano Philip Lathrop (cuyo trabajo en el ¨Point Blank¨ de Boorman influyó sobremanera al nativo de California) y entre las melancólicas melodías ¨country¨ de Barry DeVorzon, y cómo ésta hace las veces de motor de una búsqueda interior que aviva tanto el orgullo como la codicia, pero, en última instancia, la lealtad. Esto consigue dar otra dimensión a la pelea final en comparación con las anteriores.
Se nos empuja con los puños a un rincón en penumbra de carne sudada y cinismo lúcido. A un microcosmos de hombres donde sólo los hombres pueden mediar, participar y comprender; terminado el enfrentamiento (el protagonista, para su edad, pega de tal manera que al espectador le parecerá que le rompe sus propios huesos) los promotores sonríen y se dan la mano, la pérdida se asume con estoica resignación, sencilla caballerosidad. Ahí reside el romanticismo de Hill, no en ese hogar mustio donde un áspero Bronson es incapaz de corresponder los sentimientos de (su esposa en la realidad) Jill Ireland.

Así, ni más ni menos, o lo toma usted o se va. Ese será el mensaje que con honestidad nos lanza al hígado. Adelantándose un par de años al taquillazo de Eastwood ¨Duro de Pelar¨, ya nos hace saber de los sucios entresijos de las peleas a puños desnudos, y en un contexto mucho más realista y dramático.
Bronson, malhumorado y descontento con él, hace lo mismo que su forajido de los 30, volver por donde vino, y jamás volverían a colaborar. Empieza así, y con suerte en taquilla, la poesía de uno de los genios de la cruda desnudez humana más elemental que dio el cine norteamericano moderno.


Sky on Fire Sky on Fire 13-05-2023
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Leyenda viva del cine, Ringo Lam resiste aún en 2.015, vuelve al ojo público, a las entrevistas y las producciones, cuando ya parecía que todos se habían olvidado de él.
No podía haber estado más equivocado. Los fans esperábamos su regreso. Aquí lo tenemos en todo su esplendor.

Incluso él se sintió abrumado cuando, tras nada menos que ocho años fuera de circulación, fuera convocado al Festival de cine de Hong Kong en New York para obtener un premio a su carrera. La razón de esto fue ¨Wild City¨, la cual le hizo lidiar con algo que detestaba: la industria del cine actual y los modos de operación de las productoras en su país; pese a todo, incluido verse obligado a abusar de las técnicas de efectos digitales, aquel esfuerzo queda como un entretenimiento más que digno en el ¨thriller¨ criminal, ese que tan bien ha sabido facturar desde hacía tres décadas.
Se siente con fuerzas, según afirma, pero la muerte de su madre le golpea de lleno. Movido por este cúmulo de sentimientos, más la promesa de conceder al actor Daniel Wu un papel protagonista en condiciones (lo intentó en la obra anterior pero se lo acabó llevando Louis Koo), concibe una nueva entrada para su mítica saga ¨On Fire¨, abandonada años atrás. Es curioso como empieza ¨Sky on Fire¨, presionando nuestros sentidos un incidente en ¨flashback¨, donde en efecto el fuego se guarda un papel importante; fuego en un laboratorio, que presagia muchas cosas. Pero todo esto pasará rápido.

Entonces nos vamos a pie de calle, entre gente corriente, y la tragedia llega de repente, en este caso a la pobre Zhen. Esto ya sí se siente un trabajo de Lam, y su impotencia por la pérdida familiar se refleja en el iracundo Joseph Chang, quien no puede hacer nada por el aparentemente incurable cáncer de su hermanastra; tal y como nos lo presentan, y teniendo como destino una importante clínica de tratamiento de enfermedades terminales, podemos suponer de este Jia que va a protagonizar un ¨thriller¨ dramático de denuncia social en el universo de la medicina, al estilo de ¨John Q.¨...
Nada más lejos de la verdad. Exigencia de productores, Lam debe garantizar espectáculo, y sin comerlo ni beberlo atrapa a esos humildes personajes en una especie de complot entre grupos donde no faltan los disparos, las persecuciones, las explosiones y las luchas cuerpo a cuerpo; coreografías imposibles se suceden sin cesar y rellenas de unas ingentes cantidades de CGI de calidad pésima. ¿En qué demonios se ha convertido esto? Al parecer, donde han llegado Jia y Zhen es a SkyOne, una empresa ultratecnológica que se erige sobre la ciudad y por encima de las nubes, como un monumento divino, indestructible.

La intriga se arma entre la guardia de seguridad del lugar, que para sí la quisiera la más avanzada organización secreta norteamericana (y que por sus brutales procederes se asemeja más bien a una organización mafiosa de alto standing), y un grupo de renegados (o lo que sean), liderado por el joven Ziwan, quien tiene cuentas pendientes con el actual jefe, Tang. El director cae en el farragoso error de meternos a empujones en todo este embrollo donde cada personaje llega con su propio punto de vista, sus propios pecados y su propio pasado, siendo el elemento codiciado, el ¨macguffin¨, unas células que regeneran los tejidos y curan el cáncer.
Pero los fines de la compañía se escoran al puro beneficio. Como de costumbre Lam lanza una crítica ácida al sistema, las grandes corporaciones y los tipejos que las gobiernan, quienes se creen con el poder de dominar el Mundo; la falta de moral y la corrupción campan a sus anchas, incluso el nivel de crueldad e insensibilidad por la destrucción y el asesinato se pasa de nauseabundo. El gran problema es que, al ser la premisa una estupidez (los dos hermanos metidos sin ton ni son en este ¨thriller¨ corporativo), el desarrollo no hay quien se lo crea, ya que todos los personajes quieren su porción de tiempo en pantalla, todos desean acaparar la atención.

Ziwan, hijo del creador de las células milagrosas, misteriosamente asesinado durante el incendio (el que vimos al principio); Tianbao, policía cuya mujer falleció por la negligencia médica del equipo de SkyOne; Yu, doctora que ve su causa noble destruida por la codicia de su marido, Tang (uno de los villanos más repulsivos de todos los tiempos). Todos desplazan a los pobres Zhen y Jia, a pesar de que dieron pie al argumento; la incoherencia se apropia del devenir de los hechos y esos matones sin cerebro que no cesan su persecución a los protagonistas redondea la cosa...
Pero a veces tienen la oportunidad de tomarse un descanso y servirnos sus dramáticas subtramas con la mayor de las frialdades, con una desafección que hay que ver para creer. Y en lugar de centrarse en la intriga de Ziwan, Lam se desmelena, eleva el nivel de acción superando en disparate a su colega Woo, pero sin cámaras lentas; aquí y allá habrá persecuciones, tiroteos, peleas y cadáveres en abundancia, necesario para llenar los tremendos agujeros del guión. Y por si no fuera suficiente, y para hacer honor al título del film, el director va más allá de lo inverosímil regalándonos un clímax donde los protagonistas deciden vengarse de Tang y su imperio del Mal.

Todo un homenaje a ¨Jungla de Cristal¨ y a ¨Hard Boiled¨ (aquél también tenía lugar en un hospital) con su punto de catástrofes más cerca de ¨El Coloso en Llamas¨. En este caso el cineasta lo deja en llamas, extiende la locura y la violencia y lo fulmina hasta que sólo quedan escombros. El espectáculo del despropósito de la acción en su más genuina concepción, el summum del paroxismo del cine hongkonés.
Por desgracia aquél muere poco después mientras duerme por causas no muy claras; una lástima que una carrera tan digna aunque con altibajos tuviera tan terrible final. Pero su legado permanece intacto y manteniendo su importancia capital en el cine de acción y suspense moderno, eso nadie se lo quitará a Ling-Tung Lam, fallecido a los 63 años.


Takeshis' Takeshis' 13-05-2023
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Takeshi Kitano a la dirección. ¨Beat¨ Takeshi de intérprete. ¿Cuál da origen al otro?, ¿cuál nace de los sueños en el subconsciente del doble mientras todo se revuelve buscando una identidad sustancial?
Percepción contra realidad. Takeshi es todo Kitano a la vez, en todas partes.

¿Era el momento idóneo, a mitad del año 2.000, decidirse a plantear tal análisis? Tal vez un tanto arriesgado. En ese momento, y pese a tres décadas de carrera en su país natal, el de Tokyo goza de un merecido reconocimiento internacional, en calidad de cineasta de autor, desde que triunfara en Venecia con ¨Hana-bi¨ y rematara la jugada con su obra más exitosa (que no más perfecta), la nueva versión de ¨Zatoichi¨. Gracias al fanatismo creciente en tierras occidentales sus violentos dramas policíaco-criminales ganan más atención, y hace mucho la ayuda de Quentin Tarantino al promocionarlos.
Parece que su imagen se desdobla o cuadruplica conforme se hincha su popularidad, y esto da pie al deseo del autoanálisis; si bien, según dijo, tal idea ya le sobrevino ¨durante los días de producción de ¨Sonatine¨ ¨, algo que dejó simplemente aparcado por falta de coherencia, compresión y verosimilitud. Doce años de maduración demuestran que ninguno de esos tres conceptos, esenciales a la hora de escribir un guión, tendrán la menor importancia para lo que terminará siendo el monstruo mutante de ¨Takeshis¨. Durante los primeros minutos podemos conocer de hecho a ese monstruo desde diversos ángulos, pero en especial desde el interior de su mundo cinematográfico.

A tiros contra los gángsters que él mismo encarnó, arrastrando su influencia con pesar en sus zancadas. Akihiro Miwa improvisó una frase que le gustó al director: ¨Mira a tu espalda, ahí hay un monstruo¨...y no obstante está perfectamente integrada en la psicología y el alma de la película, donde primero vemos a ¨Beat¨ Takeshi saliendo de su rol de yakuza para ser Takeshi Kitano, el creador. Se burla de sí mismo y de su papel, algo arrogante, en el seno del equipo, quienes le tratan con condescendencia, incluso con algo de mofa.
Como el Allen de ¨Un Final ¨Made in Hollywood¨ ¨ pero mostrándose sin otros alias, como el Fellini de ¨8½¨, el nipón se mira y se ridiculiza sin piedad, a su figura y a su propio cine. Entonces entre bambalinas aparece su doble, simplemente llamado ¨Kitano¨, y éste, para más inri, dice ser fan suyo; teñido al estilo de Zatoichi, este individuo cabizbajo y silente posee la suficiente fuerza como para despertar en el Kitano original una sensación de confusión y vacío existencial. ¨¿Cómo será la vida de ese hombre?¨, se pregunta ante su chófer y su joven amante; y así, partiendo de una secuencia en el entorno de ¨Sonatine¨, la luz del Sol creada por los focos y el cantar de las cigarras abre una brecha a otro universo...

¿O es el mismo? Se nos deja desmontando a Takeshi en un viaje de fresas salvajes por una carretera perdida hasta llegar a ese enfermizo purgatorio heroico. El destino es incierto. ¿Estaba todo en la cabeza de este ¨Kitano¨ rubio? Sus actores, colaboradores, sus amigos, asumirán diversos roles a lo largo de las diversas realidades (desde Susumu Terajima y Ren Osugi a Kanji Tsuda, Tetsu Watanabe, el antiguo compañero de comedia de Takeshi, Jiro ¨Beat Kiyoshi¨ Kaneko, y una execrable Kayoko Kishimoto que escupe y parlotea todo lo que no pudo en ¨Hana-bi¨...).
Pero de primeras sólo hay una: la de un pobre dependiente de una tienda de comestibles que sueña con ser como su ídolo: un hombre exitoso en la industria del cine. La imagen humilde y generalmente humillada y despreciada de este Takeshi se corresponde a la que muchos de sus compatriotas siguen teniendo: la de un cómico vulgar y grosero con ínfulas de autor culto e inteligente que ha tenido la suerte de triunfar gracias a los festivales extranjeros. ¨Kitano¨ sueña con eso, precisamente: con transmutarse en ese duro personaje del director tan célebre en Occidente.

El que le ha dado fama de persona ultraviolenta, el mismo que casi se vio forzado a asumir en ¨Brother¨, su único film rodado en EE.UU., para contentar a dicho público. Un ángel caído en forma de yakuza vestido de merengue pone en las manos del repudiado dependiente el instrumento con el que hacer oír su voz por encima de todos los que le anulan, incluido su propio ídolo. Nueva quiebra. El universo se repliega sobre sus tripas a base de tiros, reales y certeros, y recordemos que todos los personajes del actor/director realizaban un viaje con el que crecer en su proceso de descubrimiento vital (Murakawa en ¨Sonatine¨, Nishi en ¨Hana-bi¨, Kikujiro en el film homónimo, incluso el desalmado Kyoya en ¨Boiling Point¨...).
Ahora ¨Kitano¨, con las armas del gángster, se lanza a un viaje de destrucción de todo su mundo, convertido en el personaje que tanto ha encasillado a su ídolo. No existe otra realidad que la que se filtra desde el inconsciente de Takeshi y rebota en su doble; el ego y el ¨súper-yo¨ enfrentados entre esferas que desafían los absurdos delirios de Suzuki y Obayashi, igual que sus alocadas figuras de proyección, en un callejón sin salida de muertes brutales y secuencias hilarantes que parecieran improvisadas sobre la marcha, y todo para, poco a poco, regresar al mismo punto de partida.

Huelga decir que el conjunto es tremendamente irregular, con instantes más detestables y tediosos que graciosos (las escenas de baile o todas donde aparece Kishimoto), pero ¨Takeshis¨ acaba siendo fascinante por lo inédito que resulta en la carrera de su artífice. Una vez en Venecia, éste pediría a los asistentes que no usaran la lógica y se dejasen llevar por la magia.
No cuajó y fue una decepción absoluta, como casi para todo el mundo. ¿Pero sinceramente alguien esperaba algo lógico?, ¿no queda claro que se trata del tipo que ideó ¨Takeshis Castle¨, por amor de Dios? Pues lejos de detenerse ahí, éste volvería a agujerear su universo para mirar por él en la aún más obtusa y opaca ¨Kantoku Banzai!¨...


Tiro Mortal Tiro Mortal 13-05-2023
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A través de las fronteras de los recónditos estados del Sur, un inspector se embarca para dar caza a una obsesión.
Sin descanso y sin tregua, pasando por encima de quien haga falta, hasta descubrir la semilla de un imperio del Mal que amenaza la integridad norteamericana...

Sí, es cierto, el penosísimo título que la escolta puede hacerle a uno fruncir el ceño por la desconfianza, pero más allá de, por ello, parecer un inverosímil producto de acción de baja estofa facturado por la Cannon, ¨Tiro Mortal¨ es toda una curiosidad en sí misma, y no poco satisfactoria de descubrir. Desgraciadamente llega en las horas más bajas de John Frankenheimer, en el momento en que sólo es una vieja gloria más del cine que sobrevive como puede a lo largo de los convulsos 80, manejándose entre su alcoholismo y la mala suerte de ser sustituido a mitad de muchos proyectos por directores mediocres o principiantes.
Sólo un devenir tan pobre explica su colaboración, precisamente, con Yoram Globus y Menahem Golam para ¨52 Pick-up¨, segunda adaptación, y dentro de lo que cabe aceptable, de la novela de Elmore Leonard, llegada sólo dos años después de la primera. Hacen falta un tiempo para que se interese por un guión; éste, escrito por el sheriff de Los Angeles Jerry Beck, cuenta sus andanzas reales a lo largo del Sur de EE.UU. para desmantelar una peligrosa organización neo-fascista. Es un tema que prolifera en la década, y también encandila a un Don Johnson con ganas de saborear el éxito en el cine mientras disfruta de un paréntesis en la todavía en emisión ¨Corrupción en Miami¨.

De todas formas, para ser un título que tiene lugar en la peor época profesional y personal del neoyorkino, se mantiene con dignidad dentro de la misma. Pero es Johnson quien acapara la atención; deja a su Sonny Crockett en las soleadas playas para dar vida a un tipo de policía menos glamuroso, álter-ego nada disimulado del Beck real. El anterior dedica un tiempo a que lo conozcamos, a este padre frustrado divorciado, desastroso, solitario y medio alcohólico, todo un anti-héroe endurecido en su trabajo de inspector; la premisa se dispara con un cliché, el atraco a una tienda y dos asesinatos...
Es el tatuaje en el brazo del autor, un símbolo neo-nazi, lo que lleva a la historia a otra dimensión. Sin embargo los arreglos de Robert Foster (guionista en ¨El Coche Fantástico¨) nos llevan a pensar que la segunda parte del film ha sido dirigida por alguien que desea olvidarse de la primera parte; la profundización de Beck es oscura, pero rápida y escueta: a sus hijos los vemos de soslayo, mientras Penelope Ann Miller sólo aparece para meterse en su cama y revelarse la viuda del policía asesinado tras el atraco. Algo similar sucede con Bob Balaban, un agente de la condicional que ayuda al protagonista en las pesquisas tempranas...

Y de repente la trama crece, aparecen nuevos personajes, se cometen otros crímenes, y para sobrellevar su repugnante vida, el policía lo convierte en su obsesión. Situándose la acción en fechas de Navidad, lo que parecía ser una tradición en el ¨thriller¨ de Hollywood (¨Arma Letal¨, ¨Jungla de Cristal¨...), cuando éste empieza a moverse de Estado en Estado el ritmo que imprime el cineasta es tal que uno se olvida de todo lo anterior, y eso sólo lo logra alguien de veteranía y experiencia, desplegando unas dosis de violencia más crudas y despiadadas que el nivel estándar en escenas de acción, intensas pero para nada inverosímiles.
Puede que se recurra más de una vez al humor, sobre todo tras aparecer un William Forsythe en su versión de agente del F.B.I. repeinado y un tanto subnormal, pero incluso esto no desentona en el conjunto, de hecho sirve para quitarle hierro a una premisa tan espinosa y para mostrar la evolución del protagonista, quien se vuelve cada vez más paranoico e inestable mientras marcha más al Sur del país y el caso se abre a sendas insospechadas (hasta el punto de amenazar de muerte a un psiquiatra de la policía que puede apartarle del caso...). Esas sendas nos acercan al fanatismo de la supremacía blanca y el racismo recalcitrante tan predicados en ciertos estados del país.

Frankenheimer, que dirige a lo Walter Hill o John Flynn, sin concesiones ni florituras estéticas, no tiene miedo de volver a la temática de ribetes políticos o de denuncia social alrededor de ideologías fascistas/racistas, las cuales ya tratara en su anterior ¨El Pacto de Berlín¨, aunque eso desate las comparaciones con ¨El Sendero de la Traición¨, realizada en las mismas fechas por Gavras. La presente se mueve, de todas formas, dentro de los límites de la acción con estrella, pero conducidos con mucha más inteligencia que otros del momento (sólo hay que pensar en ¨Tango y Cash¨, ¨Road House¨ o ¨El Cadillac Rosa¨...).
Las escenas climáticas, filmadas en el túnel subterráneo, es una muestra más de las habilidades del director para atrapar, en este caso literalmente, al espectador del mismo modo que a sus personajes y exponer su vulnerabilidad ante el peligro. Johnson, imitando a Gibson en ¨Arma Letal¨, es más un anti-héroe en la tradición ¨hammettiana¨, arrastrado por el nihilismo, la violencia y la amargura, pero a su lado los secundarios palidecen, incluso si lo acompañan los eficaces William Traylor, Tim Reid o Michael Higgins. A Miller y otros el guión se los quita de encima y parece no molestar demasiado hasta que al final uno se pregunta dónde se metieron...

El sr. Foster tampoco atina en última instancia, y su primera vuelta de tuerca de las dos que habrá con respecto a la identidad del homicida de la tienda de comestibles, es muy reprochable.
Para conservar el tono negro de la historia, más acorde al cine de Frankenheimer, esa identidad nunca tendría que haber sido descubierta y el policía marcharse habiendo fracasado, pues al fin y al cabo Beck es un perdedor, no un héroe. De todas formas el entretenimiento está asegurado con esta versión tétrica de Crockett.


La Descarriada La Descarriada 13-05-2023
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Llega la pobre Nati a su casa, hecha polvo de tanto dar taconazos arriba y abajo sin que la suerte se ponga de su lado. Embutida en su ceñido vestido, las compañeras la observan dando la lata a hombres a quienes los dramas humanos les importan tres pimientos.
Pero ella no tiene nada más que eso: un drama que contar.

Mariano Ozores, el amo y señor de la comedia castiza durante dos décadas, siempre ha dibujado una sonrisa en nuestro rostro nada más empezar cualquiera de sus películas. No es el caso en ¨La Descarriada¨, aunque se intente; en una concurrida discoteca aparecen Pilar Bardem, Laly Soldevilla y Florinda Chico oteando el panorama, se sabe a la legua que son profesionales a la caza del hombre de su vida, aunque sólo sea por una noche. Más allá Lina Morgan, como Nati, intenta camelar algún cliente con nada más que su pura inocencia, porque no tiene otra cosa...
Y lo único que logran estas mujeres (a quienes aún no se podía llamar ¨prostitutas¨ por la censura y había que apodarlas ¨descarriadas¨) es observar resignadas y hasta con cierta gracia su mala estrella. Pero risas ninguna, incluso si el proxeneta, Florencio, es nada menos que López Vázquez de traje blanco como los gángsters del ¨blaxploitation¨, al final más bonachón de lo que creemos pues lo suyo es pura fachada; el director se atreve a rayar con su lucidez, su talento y sus uñas afiladas un tema delicado, muy delicado teniendo en cuenta que en aquel 1.973, y pese a a que la recta final se acercaba, dominaban los principios del Régimen del Generalísimo.

Se atreve y escribe solo el guión, vaciándolo del absurdo de Juan José Alonso Millán, suavizando el humor y tratándolo desde un enfoque más ácido, incluso melodramático. Morgan hace el resto. Ella, que fue la actriz que mejor combinó con él y que mejor plasmó sus discursos y sus papeles femeninos, se nos mete en el bolsillo, aunque doblada por otra actriz (desconozco el motivo), desde su primera y algo patética secuencia de ¨seducción¨; de ser una película actual la postura sería defender la prostitución, y la protagonista ejercería el oficio con orgullo, mirando por encima del hombro a todos, sobre todo a los hombres que la rodean.
Aquí eso no pasa. Natividad se dedica a esta repugnante profesión porque no tiene un pedazo de pan que llevarse a la boca. Particularmente doloroso es comprobar que la historia sobre su trágico pasado (la pérdida de los padres en un accidente y estar a cargo de tres hermanos menores), con la que se presenta a sus clientes y que todos toman por falsa, no es ni más ni menos que su cruda realidad; ella, como mujer decente que es, sólo quiere un empleo decente y salir de esa mala vida. Aquí llegan los momentos en que Ozores debe contentar a su público y añadir comedia por obligación.

Todo daba para un marco bastante más trágico y triste, ya que en el mundo de Nati y sus camaradas éstas no pueden ser despreciadas por los demás: los hombres resultan patéticos y mentirosos y las demás mujeres calumnian e insultan sólo en base a lo que ven. Incluso Morgan sustituye sus típicos gestos, expresiones y voceríos por una actuación más contenida, humana y dura. Pero Ozores hace del proxeneta de López Vázquez un idiota sometido por el fuerte carácter de sus dos hermanas (simplemente geniales Rafaela Aparicio y María Álvarez) y mete de por medio a su hermano Antonio. Cabos de humor para hacer bulto.
Tampoco hacía falta salirse por la tangente creando situaciones supuestamente divertidas para Nati, que termina metida en cien profesiones (como si tal cosa) mostrando siempre su humildad, lo que termina recordando a la muy anterior ¨¡Cómo está el Servicio!¨; había otras maneras más serias de imaginar esto. El mensaje del director es honesto y tajante, igual que en ¨Manolo, ¨la Nuit¨ ¨: tan malo es someter a la mujer como ignorar al hombre. La misma Nati, en el colmo de la desafección general, debe enseñar a una señorita idiota de clase alta a saber comprender a su esposo, quien prefiere ahogar sus anhelos en el bar (encarnado por Rogelio Madrid, que se merecía un papel mucho más importante).

Cuesta creerlo, pero la prostituta solitaria del corazón de oro no desprecia a los hombres, sino que hace de profesora emocional (aunque sea escenificándolo junto a Florencio en pequeñas escenas que producen, sobre todo, una tremenda vergüenza ajena...) para una frívola mujer de mejor posición social y que se cree más inteligente. Y es que Nati es la única decente, sensata y comprensiva de todas las féminas que aquí aparecen.
El gran Antonio Ferrandis también es un añadido con calzador, pues la acción que acaba obligando a su hija a cometer debería haber salido de ella misma. Gracias a esto la anterior desgaja de una patada todas las normas e ideologías actuales proclamando que el matrimonio no es sinónimo de esclavitud siempre y cuando todo lo que se haga sea por amor verdadero, que hace mucha falta en el Mundo. Mensaje tan desfasado como cierto.

Ozores pone de manifiesto una vez más lo serio del trasfondo y los temas de sus obras, por mucho que la inmensa mayoría siga empeñándose en señalarlas como burdas farsas de mal gusto y misoginia recalcitrante.
Seguirán igual de ciegos que el personaje de Mari Ángeles Olazábal.


Magia a la Luz de la Luna Magia a la Luz de la Luna 13-05-2023
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De un encuentro fortuito a un hechizo instantáneo. ¿Cómo creer en lo que no se puede ver cuando todo es mentira y no lo parece, y cuando todo es realidad desmentida?
¿Se puede creer en el amor producido por ese polvo mágico inhalado que flota en el aire?

Aparentemente sí, como se nos quiere hacer ver. Es envidiable la rutina de trabajo mantenida por Woody Allen, quien lleva estrenando una obra por año pese a las adversidades exteriores; y a comienzos de aquel 2.014 no pudieron presentarse peor tras aparecer la famosa carta de Dylan Farrow acusándole de agresor y pedófilo, abriéndose aún más unas heridas que no dejaban de sangrar desde 1.992. Y pese al renovado odio de medio Mundo contra su persona sigue refugiándose en el cine, sin alterar esa rutina; y puede dar todas las excusas que desee, hablando de cómo se inspiró en la vida de Houdini o William Robinson, pero ¨Magia a la Luz de la Luna¨ le serviría sobre todo de válvula de escape.
Europa siempre ha estado ahí para él, y cuando las cosas se ponían feas no dudaba en irse allá a filmar (y al parecer con más asiduidad). Un rodaje en Francia es un paraíso despejado de la tormenta mediática norteamericana, y ese es el motivo de que nos sirva, en un envoltorio tan delicado y elegante, el proyecto presente, donde de nuevo (y por enésima vez) la magia es el elemento fundamental del mismo, ¿y qué mejor lugar para evadirse que esa Europa de los años 20? Allí nos lleva y no tarda en introducirnos en un gran espectáculo de prestidigitación.

Bellamente filmado, Darius Khondji consigue unos tonos de luz cálidos y unos colores sugerentes que magnifican la película, mientras Colin Firth (ese gran actor a quien nunca se le ha elogiado lo suficiente) se transmuta en un álter-ego poco disimulado de Robinson bajo el alias ¨Ling-Soo¨. Pero no deja de ser otra versión más del desagradable artista demasiado cínico y egocéntrico como para pensar en que hay algo más que la gris realidad de la que él es parte y a la que contribuye, un clásico personaje ¨alleniano¨; en Stanley podrían combinarse amargamente aquel Leopold de ¨La Comedia Sexual de una Noche de Verano¨ y el más reciente Boris de ¨Si la Cosa Funciona¨.
El director sugiere a éste como un hábil cazador de médiums estafadores, y su próximo objetivo va a ser una hermosa muchacha que ha encandilado a una familia francesa rica con sus supuestos poderes mentales. Así que, sin mucho lustre, se pretende el desenmascarado de alguien que no es quien dice ser, con todo el asunto mágico alrededor, tal cual sucedía en ¨Scoop¨...pero cambiando los roles de género, siendo Stanley el detective y Sophie la investigada. Y toda esta artimaña de identidades y apariencias da pie a lo mismo que aquella simpática obra rodada en Londres: a convertirse en una sofisticada comedia de enredo en la pura tradición del género.

A través de escenarios ostentosos y puesta en escena sencilla, Allen nos conduce en su regocijo de sacar el lado más empalagoso, cursi y algo malévolo e idiota de las clases altas y la burguesía, todo lleno de personajes pseudointelectuales cuyos diálogos aglutinan una imparable charlatanería ¨snob¨ hasta la náusea. Sólo Sophie, como le sucederá a Stanley, nos saca del tedio, una Emma Stone más adorable que nunca que enamora con su sonrisa, su mirada cándida, su excéntrico carácter, su determinación firme y sus maneras algo burdas. Ese personaje femenino tan peculiar del universo ¨alleniano¨.
El flechazo entre la pareja protagonista, de increíble química, es una delicia para los fans del empacho amoroso, y sin embargo debería haber sucedido más tarde para aprovechar el impacto de la verdad revelada...pero sobre todo sin que se nos informe de todas las acciones que llevan a cabo los personajes, el antes-durante-después que priva de misterio y sorpresa al argumento (eso sí es un truco sucio). Cuando dicha verdad llega con dureza a los oídos de un Stanley incapaz de plegarse a ver más allá del mundo real no es creíble (su opinión varía en un abrir y cerrar de ojos todo el tiempo), y él y Sophie quedan vagando en una especie de vacío, sin saber el guión muy bien adónde dirigir su relación.

Pero hay una espinosa sensación que se acrecienta llegado este 3.er acto, cuando las cartas se ponen sobre la mesa y las identidades falsas caen, y viene dada por el curioso reflejo que conforma la propia película sobre la realidad del cineasta, marcada por la decepción y el trauma, cuando éste (como Stanley tras ser hechizado con la nueva visión mágica del mundo que le ha dado Sophie) es sacado a golpes de su tranquilo refugio de privacidad. El rodaje de ¨Misterioso Asesinato en Manhattan¨ fue su escapada feliz para salir del escándalo mediático, pero aquí pareciera cargar contra los recientes problemas de su vida de manera directa.
En una torcida representación de su hija Dylan, Sophie engaña y traiciona a Stanley (un Allen más joven) manipulada por Howard Burkan, su amigo de toda la vida pero a quien odia en secreto (¿versión masculina de Mia Farrow?); la desenmascarada defiende su derecho a engañar y traicionar y Stanley/Woody la llama impostora mientras Howard/Mia se regocija en su juego de mentiras (no parece algo casual esta extraña maniobra del guión, donde el mago despierta repentinamente del sueño cayendo en la cuenta de que es inútil creer en algo que no sea la cruda realidad ni en alguien que no sea él mismo...).

Por eso precisamente lo que pretende proponer en la resolución, tan propia de las ¨screwball¨ románticas, es harto vergonzoso, un sinsentido cursi, que además echa por tierra el carácter determinante, egoísta y despiadado de Sophie.
A sus 79 años, el neoyorkino prosigue enfrascado en su universo imperturbable y petulante, lejos del asqueroso mundo exterior y sus seres infames; quizás es mejor quedarse como Stanley, bajo ese hechizo que lo hace ver todo mucho más luminoso, romántico, mágico. Insisto en que Stone nunca estuvo ni estaría tan hermosa como aquí...


Stolen Pleasure Stolen Pleasure 13-05-2023
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En su esquema habitual de trabajo en Daiei, Yasuzo Masumura seguía tan apegado como siempre a historias con este tipo de temas.
Al parecer fue idea del productor Itsuo Doi el que volviese a adaptar un guión de Kaneto Shindo, cuyo matrimonio creativo se mostraba infalible...

Tanto más si la fuente procedía de una de las novelas más populares de Shusei Tokuda, por el que el anterior sentía gran admiración (no en vano ya adaptó ¨Shukuzu¨ casi una década antes), autor especializado en los universos de amores turbulentos donde el protagonismo pertenecía a las mujeres. Ahora es ¨Tadare¨, melodrama trágico de la era Taisho y que Shindo logra que encaje de maravilla en el contexto de la sociedad nipona de los años 60, y sobre todo en la filmografía del natural de Kofu. Éste sabe que nadie puede interpretar a la protagonista (Masuko) mejor que su musa Ayako Wakao, con quien unos meses antes realizó ¨A Wife Confesses¨, de sus mayores obras (de la carrera de ambos).
Su papel se invierte, o sufre una leve transformación: de esposa sacrificada y subyugada a un marido despótico a amante sensual y egoísta; aquí otra esposa carga con el pesar de ser la engañada (Ryuko). Nada más aparecer en pantalla se establece la desemejanza. Masuko como imagen de la mujer moderna japonesa, en ropa interior y fumando; Wakao explota como nadie su poder erótico ante la cámara. La partida de mahjong que juega con sus vecinos y donde empiezan los créditos anuncia las futuras argucias y engaños que deberán usar los diversos personajes en sus enfrentamientos.

Cual parásito, Masuko absorbe el dinero de Asai, vendedor de coches de éxito, y su deseo consume el alma a la esposa de éste, asimismo incapaz de dejar al marido; trío de pasión y odios. Cuando ésta se presenta ante la amante la línea divisoria es un hecho: posición social, diferencia de clases, tradición de una (el kimono, el habla, el rol de la esposa ya asumido) contra el espíritu liberal/occidental de la otra. Shindo combate esa tradición, que se traduce en un compromiso por conveniencia, con la infidelidad y la mentira, el único medio, a todas luces, que puede emplear el hombre.
Pero las diferencias de ruindades entre ambos sexos no se aprecian: aquí todos se usan, se manipulan, todos son esclavos de la pasión ciega, la lujuria, y se corrompen fácilmente. Y la trama se estructura en dos largos actos: el 1.º determinado por la batalla entre Masuko y Ryuko; el 2.º por la que iniciarán Masuko y Eiko, una sobrina huida de un pueblo de Fukushima que ya aparece mucho antes de perder la pobre Ryuko, y de un modo desgarrador, el papel principal en esta tragedia, como si fuese su odio encarnado, enviado desde sus oraciones de muerte. Un gesto inocente, el rechazo del matrimonio que su padre le ha organizado, el cual va mutando en algo peligroso.

De estar dirigida por Shindo la audacia visual cobraría peso, pero los enfermizos ambientes, generados por el carácter de los personajes, cuya obstinación es detestable (aun conscientes de sus incorrectos caminos, continúan por ellos de todas formas), asfixian más al observarlos Masumura con su habitual rigurosidad estética, teniendo las sorpresas del guión mayor impacto dramático al revolverse las sensaciones humanas con violencia en esos espacios fríos, de aparente y calmada desafección. Pero ahí laten la fatalidad y la tensión, subrayados por el agobiante blanco y negro de la fotografía de Setsuo Kobayashi y las intensas notas de la música de Sei Ikeno.
Mientras el cuerpo masculino es ahora el objeto de deseo (para plasmar la inversión de roles que plantea Shindo, se utiliza con ingenio el atractivo físico de Jiro Tamiya, casi siempre empapado en sudor y desnudo) la sustitución femenina es también significativa. De repente las mujeres asumen roles accidentalmente. Eiko, del mismo lugar que Masuko, llega rebelde a la ciudad; choque entre culturas y sociedades. Cuando mira a su tía mira un anhelo: el de la libertad sexual reprimida en el área rural por las buenas costumbres, y que en esos 60 se empiezan a perder.

En una depravada sesión voyeur, Eiko observa los cuerpos de los amantes en la noche; el de Asai despierta el deseo. Cambia entonces; se peina y viste al estilo de Masuko y adopta sus maneras (influye mucho el parecido entre Wakao y Yaeko Mizutani), la imita porque la envidia y admira su audacia al tener sexo sin estar casada. Y en una inesperada involución Masuko adopta el rol de esposa que una vez perteneció a la ya desaparecida Ryuko, como si la poseyera desde el más allá. Celos de la chica joven, de las miradas furtivas; su sospecha es comprensible: tiene miedo de sufrir la invasión parasitaria que una vez ella practicó.
Shindo retuerce el escenario y los papeles, nos fuerza a contemplar la total falta de moralidad entre hombres y mujeres cuando asoman los conceptos de compromiso, embarazo o matrimonio, que ya parecieran mojigaterías del pasado en la moderna y libre sociedad actual, donde los kimonos están tan obsoletos como la monogamia. La tormenta desatada en este triángulo venenoso nos brinda algunos de los instantes más salvajes que protagonizó Wakao para el director, descendiendo su Masuko al nivel más bajo posible y ejerciendo de la zorra manipuladora que siempre fue.

Una tormenta que avivan los seres que pululan a su alrededor (algunos un tanto innecesarios en la trama). Hombres cínicos e infieles hechizados con la sensualidad de las muchachas, chicas corrompidas por una frivolidad nauseabunda para quienes el embarazo es sólo una forma de afianzar su posición social, esposas sumisas dependientes del marido a quienes culpan de sus desgracias.
Oportunismo y mentira entre familiares, amigos y amantes. Y la fuerte amante de Wakao queda reducida, medio desnuda, en un último y desgarrador plano, a lo que fue desde un principio: el objeto del hombre, a cuyo lecho se dirige para complacer. El Japón de las relaciones humanas observado por Masumura y Shindo invita a la repulsión...da asco, da miedo.


Eros y Masacre Eros y Masacre 13-05-2023
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Reversión o transgresión del tiempo presente en cuanto a cómo sus líneas de realidad se ven afectadas por los abruptos cambios en el pasado. Un pasado de ideales, furia contra tradición, amor contra opresión, luchar contra el Gobierno.
Proyectados en un futuro sin futuro, ideales condenados a morir debido a la peor de las tragedias. ¿Qué salió mal, Sakae?

Yoshishige Yoshida, que ha dedicado toda la década a plasmar su visión única del hombre, la mujer, la sociedad y el Mundo lejos de las imposiciones y ataduras de los grandes estudios, como la gran mayoría de sus coetáneos, la finiquita tras la ambiciosa e internacional ¨Farewell to the Summer Light¨ con otra obra aún más ambiciosa, inspirada en la vida del controvertido Sakae Osugi, importante figura del movimiento anarcosindicalista en el Japón de comienzos de la era Taisho, y varios individuos claves en su vida, en especial la también activista Noe Ito, la más radical de las feministas de cualquier época en el país.
Sin embargo la acción toma lugar en el presente, o un futuro cercano (1.970), asfixiado por el blanco y negro metálico que modela Motokichi Hasegawa. En este presente conocemos a una serie de personajes cuyos propósitos, caracteres e ideas son poco menos que ininteligibles, y que aman liberar su rebeldía a lo largo de un mundo que pareciese enterrado en la más gélida esterilidad; el director los encierra tanto en interiores de penumbra invasiva, mientras en el exterior confunde sus horizontes por culpa de una luz cegadora que nunca nos deja ver con claridad dónde se encuentran. Los ángulos, la puesta en escena y su inventiva, una forma ¨nouvelle¨ con la que rompe la concepción formal como nunca hizo en su cine.

Es una expresión de locura juvenil tal cual plasmó en su debut ¨Good for Nothing¨, pero siguiendo unas coordenadas de juego aún más intransferibles. Aquí se revuelven y rebelan los estudiantes Eiko y Wada, ella acusada de prostitución, él un nihilista amante de la causa suicida. Al comienzo prevalece un afán de investigación y el pasado directamente relacionado con Noe Ito; allí nos lanza Yoshida, a unos cincuenta años en el pasado, a un Japón de disturbios y tensión, donde las condiciones de vida de los obreros son lamentables, los sindicatos demasiado débiles y la Revolución Rusa se convierte en un buen ejemplo a seguir por los oprimidos.
En este pasado el ritmo y la musicalidad de los diálogos obedece las maneras del kabuki. El director araña con total libertad las ideas políticas de estos personajes, pero sobre todo desea acercarse a sus vidas privadas en una recreación fatalista como ha estado haciendo en sus ¨antimelodramas¨ previos. Y todo se contradice rabiosamente; el deseo de libertad individual en desafío de las presiones del capitalismo, el matrimonio y la burocracia se da de bruces en un pentágono amoroso devorado por los celos, la posesión, el engaño, el cinismo, la perversión, la venganza y las bajas pasiones.

Todo circula alrededor de esa fuerza de la naturaleza que es Sakai (bien encarnado por Toshiyuki Hosokawa), su irresponsable ¨affair¨ que involucró a su esposa Yasuko y sus amantes Itsuko (la periodista radical Ichiko Kamichika) y Noe, tres mujeres figurando tres conceptos diferentes del amor (el amor falso y resignado por el título matrimonial, el amor celoso, posesivo y trágico, y, al menos en su ideal, el amor libre y hedonista). El quinto pilar en discordia es el marido de Noe, el poeta y dramaturgo Jun Tsuji, quien ya no soportará más el comportamiento de su esposa e intentará encontrar el amor en la infidelidad.
Las ideas de libertad traicionadas por los deseos e impulsos, tan egoístas y humanos. Todos incapaces de rechazar su posesión, física o metafísica. Esta linealidad argumental, donde tan de cerca se examinan dichos conflictos amorosos, es quebrada de cuando en cuando por viajes de retorno donde se nos fuerza a seguir al lado de los estudiantes, cuyas historias son evidentemente menos interesantes que las sucedidas en el pasado. Y es a partir de sus teorías fracasadas, revoluciones oprimidas y sentimientos venenosos que podemos entender ahora los códigos del presente.

¿Qué presente han heredado las nuevas generaciones? Un presente de paranoia, de perversión y desconfianza, un presente de caótico hermetismo cuyos exteriores son vacíos y eternos; aún más importante, un presente donde los individuos confunden sus identidades y, ante la ausencia de futuro, juegan con sus roles o los inventan sobre la marcha (de ahí que, desde el principio, Eiko ve cuestionada su verdadera identidad).
Sobre la estructura pesa una complejidad que a menudo se vuelve impenetrable, pero Yoshida la divide ingeniosamente en tres fases.

Cuando pareciera que ambas realidades seguirían una narrativa cronológica, se produce una escisión. El policía que acosa a Eiko y sus teorías acerca del poder de la imaginación de los pobres (la clase obrera) funciona de catalizador para que pasado y presente se fusionen en un mismo escenario, así la nueva generación puede aprender directamente de la vieja, así la vieja generación puede observar las consecuencias de sus actos, cuando aún se luchaba por ideales y movimientos sociales, sin saber que todo sería en vano. Los personajes que antes habitaban la era Taisho deambulan como espectros melancólicos en el Japón de finales de los 60.
La facilidad con que el director rompe las barreras del espacio-tiempo en pantalla lleva a instantes de puro vanguardismo y una potencia visual fascinante, destacando la entrevista que Eiko (Toshiko Ii, tan hipnótica como a menudo insoportable) hace a Noe en el centro de la Tokyo moderna; es el cada vez mayor deseo de la primera de escudriñar en el pasado la causa de que éste vaya tomando importancia en detrimento del presente, y así los jóvenes son relegados a investigadores de las vidas de otros, perdiendo el protagonismo. A partir de ahora cualquier cosa es posible en este universo múltiple que se pliega y repliega siguiendo sus propias reglas.

Un libro autobiográfico desvela la auténtica conexión entre Sakae y Noe, Eiko y Wada, y su curiosidad nos abre las puertas al descubrimiento. A este punto, preparada la trama para entrar en su tercera fase, el tiempo pretérito se ha dejado de mostrar cronológicamente y los saltos adelante y atrás son más habituales, hasta colisionar en un instante decisivo en las vidas de la pareja protagonista, que lleva a recrear el famoso Incidente de la Casa Hikage Chaya ocurrido en Septiembre de 1.916; si bien Mariko Okada ha sido la bendecida con mayor atención por parte de la cámara de su esposo, Yuko Kusunoki entra como un torrente de emociones y le arrebata dicho honor.
Allí, en habitaciones muy cerradas, Yoshida demuestra la misma habilidad que en sus dramas previos (en especial se recuerdan ¨The Affair¨ y ¨Affair in the Snow¨) para acrecentar la tensión en una atmósfera de odio y celos reprimidos, donde la proximidad humana los libera dolorosamente, gracias a su cámara escrutadora, tan cercana a la piel de los seres, y a esa inventiva formal y estética que le caracteriza. Tanto más sorprendente resulta este último tramo, exclusivamente centrado durante su hora y cuarto en el interior del motel-casa de té, cuanto que no se trata de una recreación literal de los hechos...

Pues, en su gusto por seguir desfigurando la realidad, el nipón nos propone el incidente, donde los celos de Itsuko (la ¨masacre¨ o ¨psique¨ griega) se transforman en un afilado cuchillo en la garganta de Sakae (el ¨eros¨), desde la interpretación personal de Eiko y Wada, de tal manera que nunca se tratará el crimen auténtico (al contrario, es presentado cual función teatral, con los implicados fundidos en un precioso ballet físico propio del noh).
Es un claro ejemplo de cómo Yoshida sólo se sirve de los turbios eventos reales para urdir tragedias metafóricas donde la debilidad y la pasión humanas desvelan su lado más melodramático y fatal.

Su mensaje al principio de la película es una firme declaración de intenciones. Este es un diálogo entre él y el espectador acerca de unos sucesos cuya repercusión a todos nos atañe, son sus elucubraciones y sentimientos intentando llegar a nuestro inconsciente y engendrar opiniones e ideas, la última fase de la revolución de su cine y el compendio del mismo, con sus aciertos y errores.
En un momento catártico, pasado y presente terminan entremezclándose gracias al poder de la tecnología del cine, que lo capta nítidamente, sin discernir las líneas entre uno y otro, sin hacer juicios unidireccionales. Tras un larguísimo trayecto que nos ha desconcertado y extenuado, se traspasa la Historia con las formas modernas ¨avant-garde¨, y el efecto es vibrante, conmovedor. Lo que fuimos es lo que somos y viceversa; y nada cambiará eso, ni el amor ni las revoluciones...


Gangs of New York Gangs of New York 20-04-2023
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Donde la miseria se cruza con la corrupción y las diferentes razas afilan sus cuchillos para la lucha, donde coinciden las calles Cross, Anthony, Mulberry, Orange y Little Water.
Five Points, enclave de pobres, ladrones, la escoria humana, apilada en su caótico orden, mientras los perros aúllan de hambre y la carne podrida se mimetiza con los pavimentos.

Pura y dura Historia de Norteamérica, la que termina lapidada por eso que muchos expertos llaman ¨ignorancia histórica¨, lo cual resulta infalible para cerrar los ojos ante algo tan obvio como que una nación no se levanta sobre verdes prados por un grupo de seres piadosos que cantan himnos religiosos, sino por miserables resucitados del fango y dispuestos a todo por dominar el territorio; la base para construir una gran nación la forman el odio, la corrupción, la guerra, la sangre y la carne despedazada. Y eso lo sabe Martin Scorsese, hábil investigador de la tierra en la que sus parientes sicilianos llevaban habitando desde 1.910.
En ese sentido nunca dejó de ser aquel muchacho de Little Italy sorprendido con el pasado de EE.UU., en especial con el que no se leía en sus libros. Y uno de ellos cae en sus manos, revelándole más que una biblia, tratado vital para entender sobre qué cenizas había nacido la gran New York; ¨The Gangs of New York¨, publicado en 1.927, procede de la pluma del periodista, guionista y fiero arqueólogo de los bajos fondos estadounidenses Herbert Asbury, cuya lectura puede producir una especie de náusea por la minuciosidad, periodística, claro, con la que narra los detalles más cruentos.

Esa fascinación perpetua de Scorsese por los orígenes son los que le llevan a anhelar una recreación de la novela desde aquellos lejanos tiempos en los que aún dirigía ¨Malas Calles¨; pasarán las décadas, proyectos, galardones y fracasos hasta llegar el nuevo siglo, organizando éste la producción desde los Cinecittà, fastuosa, problemática, aunque en apartados técnicos y artísticos cuenta con un gran equipo. Son las dificultades con su inversor principal, Harvey Weinstein, en la defensa del valor artístico contra la visión comercial, las que hacen del rodaje y posproducción una batalla comparable a las que se ven en la propia película.
Y así es como nos introducimos, a partir de la que decidirá el dominio de las calles; Liam Neeson ceremonioso encarnando al ficticio líder de los Dead Rabbits, en el nunca celebrado duelo de 1.846 contra los Bowery Boys del auténtico William Pool, aquí rebautizado Cutting, dándole vida un Daniel Day-Lewis sacado a regañadientes de su retiro del cine y que ya demuestra su inmensidad en el papel. Scorsese, su colega Jay Cocks y el gran Steve Zaillian sabiamente mezclan realidad y ficción para conseguir un impacto dramático artificioso aunque preservando las articulaciones del contexto histórico y la riqueza de la subcultura de este microuniverso que era Five Points.

Y pese a parecer filmada por cualquier joven director de videoclips de principios de siglo, la contienda callejera quiere ser fiel a esa brutalísima violencia que se vivía y respiraba en ese lugar concreto de la New York de la época. La premisa imaginada por Cocks se abre desde la mirada del pequeño Amsterdam, tal vez versión del también hijo de irlandeses John Morrissey (que nada tiene que ver con su álter-ego ficticio), mirada que cultiva en su interior el fuego de la venganza y que aguardará a avivar cuando crezca y pueda valerse por sí mismo; se manejan los ribetes de una tragedia totalmente ¨shakespeariana¨. Pero funciona.
Sobre todo porque el ahora joven es Leonardo DiCaprio en la primera de sus muchas colaboraciones con el director, y su evolución y maduración resulta creíble pues va paralela a la de la propia ciudad. Contemplamos así, narrado desde su punto de vista, clásico del cine de éste, un aprendizaje y adaptación al medio, los que tuvo Henry en ¨Uno de los Nuestros¨, ejerciendo Cutting de maestro igual que antes el Jim Conway de DeNiro; incluso con una función más significativa: la de un padre sustitutivo que sin saberlo acoge al hijo de su legítimo enemigo bajo su protección (gesto que se repetirá de forma similar en ¨Infiltrados¨).

Gracias a este aprendizaje escudriñamos en los más sucios y viscosos rincones de Five Points, plasmando en imágenes los primeros capítulos del libro de Asbury gracias al titánico esfuerzo que hacen el director de fotografía Michael Ballhaus, el director artístico Alessandro Alberti, la diseñadora de vestuario Sandy Powell o el escenógrafo Dante Ferretti y todo su equipo por recrear la realidad del momento. El resultado es abrumador y los colores y las rugosidades de los estilizados ambientes se impregnan en las retinas así como los diversos olores en las fosas nasales.
Igual que a Amsterdam, Scorsese nos lanza a este caldo de cultivo de la miseria humana. Con alguna que otra inexactitud histórica (ese cúmulo de inmigrantes chinos se pasa de número) cruzamos callejuelas donde se agolpan rostros burdos e hinchados y niños haciendo guardia en las esquinas con piedras y palos qmientras un lodo denso baja hasta la mansión Brick-bat. Las oleadas masivas de irlandeses han despertado el odio de esos nativos que ni por casualidad son los indios de las montañas, sino los hijos de los pertenecientes a los inmigrantes ingleses.

Al odio racial extremo entre los individuos del viejo continente se une el odio entre las diversas clases sociales que la propia sociedad de los miserables ha establecido, dejando al margen a los aristócratas que disfrutan del aire limpio del centro de New York, y el odio a los negros que aún luchan por salir de la esclavitud durante una Guerra Civil que se alarga más de la cuenta en tierras apartadas de este centro urbano bordeado por un puerto donde se llevan a cabo los negocios más ruines.
Los EE.UU. no son más que el ensayo de una nación y aún está en su proceso de formación, desde el fango y las aceras.

La acción más admirable de Scorsese no está en desarrollar con lento suspense la venganza de Amsterdam o en dar a éste un interés romántico con el físico de una lúcida Cameron Díaz de carterista (que nunca llegará, un acierto, al arquetípico amor empalagoso propio del drama de época), sino en su audacia. En breve Norteamérica quedará mermada por el ataque a las Torres Gemelas, y no parece el momento adecuado para mostrar el pasado más negro del país...pero a él le da igual pues sabe que el presente de cada ciudadano ha surgido de ese pasado, y no puede ignorarse. No puede ignorarse ni enterrarse.
Sin pelos en la lengua nos expone a la turbia violencia reinante. Mientras las pandillas se arrancan las pieles en las plazas, los grupos de bomberos saquean los hogares y a los negros los crucifican y queman en farolas; las elecciones democráticas se llevan a cabo con amenazas y palizas, los políticos corruptos ven un voto en cada uno de los irlandeses desembarcados, a quienes se hacina en las catacumbas tras dar un mendrugo de pan, los agentes de policía extorsionan a cualquiera y los pactos entre enemigos por un porcentaje de los saqueos se realiza en la más estricta confidencialidad del ayuntamiento. Maldito Boss Tweed, ejemplo de corrupción.

Y así nace una nación: de la ruina, el engaño, la traición, el chantaje, la crueldad, la prostitución física y moral, la mugre en general. Scorsese agarra el corazón de su querida Norteamérica, lo aplasta, lo apuñala, lo tira al suelo y le hace saborear la bilis de sus podridas vísceras. Para llegar a la épica y romántica epopeya que emprende Amsterdam debemos descender al infierno de la condición humana y entender de qué modo influye en cada personaje; así, siguiendo una estructura clásica, el 2.º acto se inicia tras la traición al protagonista, y lo que acontece es la consabida explosión social tan anunciada durante la primera hora de película.
A este punto, el personaje de DiCaprio deja de ser niño para convertirse en el líder, transmutado en su padre, de una comunidad, la formada por todos los maltratados bajo el yugo del ¨Carnicero¨ (y aunque en el guión no convence el que sea buscado a solas por el inútil de Jack sí lo hace su fatal relación con Jenny, quien únicamente desea vivir lejos de la miseria). Ejecutando el director la misma maniobra que en sus fábulas de gángsters, el clímax de ¨Gangs of New York¨ se hincha con el salvajismo social desatado desde diferentes perspectivas, creando un caos de violencia física que incomoda por su intensidad.

Alrededor de Five Points, y alimentado con los reclutamientos, el disturbio y el movimiento humano ruge desde un lado al otro de la pantalla; los casi 100 millones de dólares empleados garantiza un espectáculo monumental difícil de disfrutar, más bien disfrutar desde el sufrimiento, de un modo espiritual, dejando que nuestra conciencia absorba el aprendizaje de a lo que puede llegar el ser humano en época de oscuridad.
Y aunque Bill nunca murió en una batalla legendaria, su frase última (¨Muero como un auténtico americano¨), en la tradición de Nerón, ejemplifica el camino incorrecto del patriotismo.

Al final, en palabras de Amsterdam, la ignorancia histórica hace el resto; luchamos pero no seremos recordados como es debido, y aquellos que murieron por un ideal quedan enterrados en fosas comunes. Qué daño en las entrañas. Scorsese sufrió un montaje terrible y además fue nominado y no ganó.
Su mensaje no gustó a casi nadie, claro, pero poco a poco se comprende, porque ningún silencio dura eternamente. La pica de los Dead Rabbits se alza igual que las Torres Gemelas en un último plano magistral; New York pertenece a nadie y a todos, a sus bandas, desde la calle, desde las ciénagas...


Hola, Mamá Hola, Mamá 20-04-2023
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Observo y filmo. Observo una sociedad oprimida por la clase política y su idea de someter una nación, una sociedad preocupada por la invasión comunista que rechaza abrirse mental y espiritualmente, observo los estragos de la droga en una juventud iracunda y depresiva, la televisión que nos dice cosas que no son ciertas. Y filmo todo con mi ojo escrutador...

Todo lo quiero pillar al vuelo. DePalma cuando no es aún el sr. DePalma, sino Brian Russell, hijo de inmigrantes italianos, y en su alma hierve el deseo alarmante de exteriorizar todas sus paranoias, fobias, preocupaciones, fetiches y, por supuesto, influencias cinematográficas (Hitchcock y la ¨nouvelle vague¨, ante todo). Es el pilar de una serie de jóvenes que, a su modo, van a sacudir los cimientos de la industria, esos Scorsese, Coppola, Hopper, Milius, Allen, Malick, Lucas, Stone y demás, algunos habiendo cruzado la calle Huston para adentrarse en la turbulencia del Greenwich Village...
Con el éxito de la inclasificable ¨Greetings¨, que incluso ha ganado el Oso de Plata en Berlín, su hambre de cine va en aumento. Y en la historia, o mejor dicho, en el mundo de ¨Hi, Mom!¨, entramos desde una perspectiva absolutamente subjetiva, la suya, y también la de su protagonista, que es un álter-ego nada disimulado. Como una afilada parodia de los anuncios de venta de casas en calidad de servicio público, el protagonista es engañado para quedarse en un piso roñoso; es un precio desorbitado que se puede pagar teniendo en cuenta el tesoro frente a él dispuesto: un rascacielos cuyos moradores dejan, ilusos y confiados, las cortinas de sus pisos abiertas.

El álter-ego no es otro que el Jon de ¨Greetings¨ al que daba vida un jovencísimo Robert DeNiro, repitiendo para la ocasión su papel de chiflado del voyeurismo antes de su marcha a la fatídica Vietnam. Pero aquí le vemos tras su vuelta, algo más trastornado ya que se emplea a fondo, con el apoyo de un irritante productor de cine porno, en explotar su fetiche. DeNiro encaja el delirio que a su alrededor crea el director, quien ya ha declarado desear convertirse en ¨el Godard americano¨; ese absurdo loco y la visión más cruda y desinhibida de la actualidad de un país en estado de cambio.
Jon da rienda suelta a su sana perversión. Lo curioso de todo es que a quienes filma en su intimidad también practican, a su modo, una liberación por medio del arte, y muchos de ellos incluso por medio de otra cámara. Un fotógrafo, unos ¨hippies¨, otra chica obsesionada por observar; en un momento dado incluso el protagonista pasará a ser objeto de filmación ajena. Y es que una sociedad y una juventud bajo tantos yugos (la elección de Nixon, la separación de los Beatles, las protestas por los derechos civiles y por supuesto el apogeo de la Guerra de Vietnam) sólo puede liberarse a través del movimiento artístico, filtrar por la ficción su realidad.

Estos personajes pululan aquí y allá y nada les relaciona directamente con el protagonista. Sin embargo, al contrario de su anterior obra, donde más que contar una sólida trama se distribuían una serie de acontecimientos disparatados de manera episódica, en esta ocasión parece que sí se desarrolla siguiendo los pasos de Jon. Y es que, mientras da rienda suelta a su afición, tan de índole ¨hitchcockiana¨ (o ¨meyeriana¨), conoce a Judy, la tímida vecina de enfrente; gracias a la chispa que DePalma imprime al guión asistimos a una historia de amor donde el arte de seducción de DeNiro resulta tan incómoda como la credulidad de Jennifer Salt.
Ambos se prestan a la fresca verborrea, casi ¨alleniana¨, y la improvisación salvaje, a una comedia romántica colorida muy a tono con la época. Por desgracia, en lugar de dejarnos al lado de estos entrañables y algo tontos personajes, al de New Jersey se le cruzan los cables y mete a la fuerza y con rabia otra historia totalmente independiente pero en la que Jon se ve forzado a entrar. Todo esto involucra a un grupo de negros revolucionarios subnormales donde milita un blanco aún más subnormal a quienes vemos animando a los ciudadanos a ser parte de su movimiento ¨liberal y reivindicativo¨.

Filmando estos segmentos en blanco y negro, con efectos de granulado y cámara al hombro, la sátira de DePalma es agresiva, amarga, reveladora y contradictoria por su modo de presentar a estos guerrilleros urbanos en su lucha por la ¨igualdad racial¨, a través de un proceso repugnante: primero instando a la gente a tomar conciencia social, con un discurso de chavales de instituto de cerebro carcomido (conciencia ya bastante asumida: ¨¿Qué queréis enseñarnos?, si llevamos protestando más de diez años¨, responde una señora a los hostigamientos), luego manipulándoles, y por último sometiéndolos a una serie de torturas, humillaciones y actos terribles.
Claustrofóbicas, insoportables, vomitivas secuencias de estilo documental e hiperrealista que se comen más de la mitad del metraje; disfrazados de ¨grupo teatral experimental¨, estos tipejos han empleado la violencia contra los demás para sentirse iguales, ¿y cuál es el resultado? Pues que la revolución urbana fracasa hallando más violencia a su violencia por parte de sus víctimas, porque una cosa sólo lleva a engendrar la otra. Así que toda esta soberana gilipollez para nada, para encontrarnos a quienes eran los protagonistas disfrutando de una existencia acomodada.

Uno queda extasiado por tal alucinatorio viaje a las viscosas tripas de la condición humana...pero...pero en un gesto realmente revolucionario, DeNiro despertará la cólera del aún inexistente Travis Bickle al demoler, literalmente, su vida de ciudadano de clase-media falsa, donde se acumulaban todos los supuestos sanos valores de la sociedad norteamericana tradicional.
Su obsesión voyeur se evapora junto con su edificio. Y tocando el fondo de su paranoia transformada en psicopatía sólo le queda observarse a sí mismo y dejar de observar a los demás. Lo hace para más inri saludando a cámara para magnificar su gesto, disfrazado de recién llegado de Vietnam. ¿Qué futuro le espera a Jon en estos EE.UU.? Su próxima acción será adquirir una licencia de taxista y dar vueltas por el entorno urbano enfermizo y sucio al que él mismo ha contribuido, ni más ni menos...


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